Yo también quiero un vecino así: un maduro ex astronauta, adicto a la diversión, ruidoso pero educado, que deja abierta la puerta de su casa sin ningún pudor y conduce un coche con los pies.

A ser posible con el rostro de Jack Nicholson. Un rostro de lo más expresivo, adusto, nada sobreactuado, de sonrisa infinita y ojos rasgados. Barrigudo, pero no por eso con menos encanto, porque desde luego que este Garrett de «La fuerza del cariño» desprende encanto por los cuatro costados. Tanto, que resulta perfectamente creíble que conquiste a jovencitas y a maduritas, con su aplomo, su seguridad, su fuerza, su sentido del humor y con muchas otras cualidades imposibles de enumerar. Y también con sus defectos, que sólo contribuyen a que el personaje sea aún más divertido.

Porque, por si alguien todavía no lo ha notado, lo mejor de esta película es Jack Nicholson. Ni siquiera me apetece hablar del argumento y del resto de personajes. Madre e hija me parecen unas mujeres con pocas luces que se quieren comer el mundo sin tener idea de nada. La historia apesta a feminismo barato, de ese en el que las mujeres siempre quedan por encima del hombre sin razón aparente, sólo porque ellas son muy buenas y muy nobles, el ejemplo a seguir, y ellos son..., bueno, ellos son simplemente hombres, y se ve que de un hombre no se puede esperar demasiado, o al menos no tanto como de una mujer.

Con todo, siempre nos quedará Garrett, el inolvidable Garrett, el nadador astronauta, el de las gafas de sol, el amigo Garrett con el que te ríes irremediablemente y el que se come la pantalla bocado a bocado con su sola presencia, mientras de paso, de fondo, nos cuentan una historia con algo de ternura y algo de drama que, sin embargo, no termina de calar. Será que sobra cariño, pero falta la fuerza.