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España España · Málaga
Voto de Kaori:
7
Drama Siglo XIX. Después de una larga guerra, un bebé es abandonado a la puerta de un convento de frailes franciscanos que intentan, sin éxito, buscarle una familia. Pasan los años, y aunque el niño vive feliz entre los monjes, no puede dejar de añorar a su madre. Marcelino se hace amigo de un Cristo crucificado que hay en el desván del convento: habla con él y le sube de la cocina pan, vino y otros víveres que puede encontrar. (FILMAFFINITY)
22 de diciembre de 2012
10 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tremendo relato el de «Marcelino Pan y Vino». Muy pocas obras recuerdo en las que el retrato de la divinidad sea tan poderoso y tan fuerte, y llegue tan adentro, tan adentro.

A decir verdad, la película tiene una primera parte, digamos, correcta pero sin grandes destellos, donde se nos habla de la leyenda de Marcelino Pan y Vino, sus orígenes y los primeros años de vida en el convento del pequeño Marcelino, un travieso, solitario y, en el fondo, triste huérfano a quien Pablito Calvo dota de encanto, inocencia y mucha autenticidad. Tanto es así, que no parece que actúe, sino que viva todo lo que ocurre, ayudado, desde luego, por el maravilloso doblaje Matilde Vilariño.

La historia, siempre con un tono solemne, poco a poco se transforma en una sobrecogedora fábula sobre Dios y el Hombre. Yo he de decir que estuve, sin exagerar, toda la última media hora llorando; llorando ante un Cristo de nuevo hecho carne por la bondad pura de un niño. Ese tocar a Dios no puede describirse. Esa sensación abismal de entrar en lo sagrado, lo enigmático, lo grandioso, lo perfecto e incomprensible escapa a todo lo conocido y expresado. Escenas como la del pan han quedado para la posteridad, pero, siendo menos conocidas, yo me quedo con la de la corona de espinas, con la de los truenos y con la de las madres, de una belleza difícilmente superable. El desenlace, polémico donde los haya y siempre sujeto a interpretaciones, no deja de ser, para mi, una preciosa metáfora de la muerte, en la que Dios nos duerme, nos acuna y se nos lleva, sin que los vivos sepan nunca qué entresijos misteriosos hay detrás de la aparente desgracia.

A los incrédulos, materialistas, renegados, apóstatas, ateos, descreídos, agnósticos, decepcionados, irritados y dolidos que pasan de la fe y hasta encuentran ridículo la creencia en un dios, sólo puedo decirles que observen atenta y seriamente, aunque sólo sea una vez, la suprema imagen de la cruz y el Cristo crucificado que antes de expirar nos perdonó a todos. Sólo eso. Y si siguen sin entenderlo, lo siento por ellos.
Kaori
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