Sí, qué le vamos a hacer: «Risky Business» va de eso básicamente. Si esto es un aliciente, no lo sé, pero lo que es seguro es que la película no maneja sus recursos con la soltura necesaria para convertir este tinglado vergonzoso en algo con encanto.

El encanto, para dar y regalar, lo aporta la banda sonora que se va escuchando de fondo y un jovencísimo Tom Cruise que marca estilo. Si este trabajo se conoce, es por Tom, sólo por el: su look de Ray-Ban y cigarrillo en los labios (y más con chaqueta gris y camiseta negra) lo hemos visto mil veces, así como su momento estrella de rock en calzoncillos, camisa rosa y calcetines puestos. Único. Además, borda su interpretación de adolescente atontado con las hormonas recalentadas. Y qué requeteguapísimo está con el pelo mojado.

La hermosa Rebecca de Mornay le da la réplica en esta comedia juvenil sobre los riesgos del paso a la madurez. Bueno, riesgos relativos, porque esto va más de aquí paz y después gloria, hagas lo que hagas y seas todo lo irresponsable que seas. De hecho, la película es una gran palmadita en la espalda, invitándote a tomar ciertos riesgos para poder triunfar. Ahora bien, si vivir de la prostitución es un triunfo, yo desde luego no triunfaré nunca: asco debería darle a Joel explotar de esa manera a las mujeres. Y si los hombres norteamericanos son tan puteros como los presenta Brickman, pobres norteamericanas. Pobre país.

Aunque empieza con gracia, evoluciona hasta no hacerte nada, pero nada de gracia. Al contrario: desespera por su amoralidad, su frivolidad, por su espantosa historia de amor, si es que lo es, porque no entiendo mucho qué pasa con Joel y Lana. Vamos, se ve, pero no es gran cosa.