Me he quedado muy tristona al ver la escasísima filmografía de Marc Rocco, quien tras «Homicidio en primer grado» sólo volvería a rodar una vez más, en 2005. ¿Cómo es posible esto? ¿Qué tienes que hacer para triunfar en Hollywood? No me respondáis, no, que prefiero no saberlo. Pues nada, otra oportunidad para que recapacitemos sobre lo que podría haber sido y no fue.

Lo que sí ha sido es «Homicidio en primer grado», drama clásico de ambiente judicial donde lo que menos importa son los hechos reales, señores míos, sino la Verdad de conceptos tan maravillosos y huidizos como la justicia, la voluntad o el valor. Kevin Bacon nos brinda una excepcional interpretación de Henri Young, preso condenado a tres años de incomunicación y torturas como medio de rehabilitación en la cárcel de Alcatraz. Y yo me fijo en este Henri Young ficticio y no en el otro, porque es éste quien en realidad representa a todos los inocentes perseguidos; a todos los que sufren la crueldad; a todos los torturados; a todos los humillados; a todos lo que viven con miedo y sin esperanzas. Demoledor desenlace que te arrancará lágrimas aun después de haber terminado la película, y no por ser más o menos triste, sino por la lección de dignidad, compromiso y superación de los personajes. Christian Slater, encantador, sale más que airoso de su tú a tú con Kevin Bacon y Gary Oldman vuelve a deslumbrarnos en su habitual alarde de genio inglés.

Preciosa y sobria dirección de Rocco, destacada banda sonora de Christopher Young, un juicio tremendamente atractivo y un reparto que es un lujo que ya pocos directores pueden permitirse. Drama concentrado e inolvidable. Nunca una explicación de las causas y los efectos produjo tanto miedo. Brutal.