Bueno, a dar patadas a perros ensangrentados y a hacer toda clase de piruetas, saltos y golpes. La bella Milla Jovovich se pone un vestido corto y se mete en un videojuego, adaptado con bastante solvencia por W. S. Anderson.

Diría que «Resident Evil» se adhiere demasiado a la estructura videojuego, así que van apareciendo distintos escenarios y, sobre todo, muchos, muchos enemigos, pero dejando al gran «evil» para el final. Y esto qué tiene de malo. Pues muy sencillo: que el mega monstruo en cuestión parece un añadido forzado que no interviene en absoluto, que llega incluso a olvidarse y que no produce ese terror que debería sentir cualquier persona en la situación de Alice y compañía. De hecho, la tensión, el estrés, el caos y el escalofrío se sustituyen por unos cuantos golpes de efecto, unos gritos por aquí y unas cámaras rápidas por acá. Lo bueno es que mientras descubrimos el misterio y bajamos al inframundo habitado por un complejo empresarial, el director se toma su pausa y su tiempo, lo cual está muy bien.

Sobre los personajes, ninguno destaca mucho, sinceramente. Que todo el peso protagonista lo lleven a cuesta dos mujeres, casi en simbiosis lésbica, me deja un poco de mal humor. Se echa en falta un héroe masculino, un potente personaje viril que haga de réplica al lado femenino. El desenlace, que no me gusta nada, es un preludio a las entregas posteriores, que me da a mi que no deberían haberse hecho. Esperemos.

Continuamos jugando. Ready? Go!