Hay películas que están bien y películas que están mal. Y luego hay películas que se llevan el Oscar.

Si soy sincera, debo confesar que algunas decisiones de la Academia me resultan incomprensibles. No quiero criticar «Spotlight», porque realmente es una cinta que no tiene grandes fallos y que, por lo tanto, merece nuestro respeto sobre todo por lo que nos cuenta; pero desde ese respeto quiero decir que tampoco es «la mejor película». Quizá por esa condición esperamos siempre un algo más que nunca llega o una serie de características o cualidades que la diferencien de cientos de películas. No las tienes. A lo mejor es que el cine no da para más, que también, o puede que (sí, va a ser eso) el caso de «Spotligh» es tan escandaloso y verídico que no puede quedarse sin premiar.

Ya sabemos que el basado en hechos reales gusta muchísimo a todo el mundo y estos oscuros hechos sobre pederastia en la iglesia de Boston deben sacarse a la luz por imperativo moral. El trabajo de un grupo de investigación periodística en el Boston Globe que se llevaría el Pulitzer es el centro de una trama donde se lanzan ideas sobre la inmediatez de las noticias, el olvido del público y el compromiso con la verdad. El periodismo es una profesión apasionante y siempre debería ser como el que ejercen los chicos de Spotlight: decidido, arriesgado, implicado y sincero. Al menos Thomas McCarthy nos lo recuerda y para ello emplea un tono conciso, explicativo, casi distante y de poca personalidad, y unos actores creíbles entre los que en mi opinión destaca un emocional Mark Ruffalo.

Correcta y posiblemente necesaria.