Si ya me lo veía venir, que nada bueno podía encontrarme en la segunda parte de «La búsqueda», que principalmente recuerdo por Sean Bean en traje azul. No me sirve eso de que es una peli de Disney, lo que no se justifican sus muchos patones y enredos incomprensibles, a parte de un guión que ni se busca ni se encuentra.

Quizá el problema esté en mi, ya que tanto alegato patriótico me produce mayormente vergüenza ajena, y así me resulta algo desproporcionado que la historia se inicie por el deseo de demostrar que cierto antepasado, del que ya nadie se acuerda y que a nadie le importa, no ha sido un «traidor» a los Estado Unidos. ¡Oh, por favor! ¡Qué intriga tan emocionante! A partir de aquí, un diario secreto que de verdad no puedo asegurar de dónde sale, los mismo personajes de siempre, entre inútiles y cargantes, otros nuevos, entre inútiles y cargantes también, y un villano con el talento de Ed Harris. Bueno, llamémosle villano por llamarle de alguna forma, porque este personaje puede cambiar de opinión, carácter y sentimientos en cuestión de segundos. Supongo que tiene su mérito.

La acción es tal que así; vamos, indiferente. Hay una parte dentro de un templo, o de lo que sea eso, que tiene su intríngulis, no voy a decir que no, pero es que luego, con el momento agua y rueda... Incomprensible cómo acaba cada personaje en el lugar en el que termina. Partes ridículas, como toda la relación amorosa entre Ben y Abigail (en serio, ¿por qué existe este personaje) o todo, absolutamente todo lo que ocurre con el presidente de los Estados Unidos. Y no voy a hablar de la forma de resolver los acertijos... No, eso es para verlo y no parar de reír.

No es un adefesio total porque, oye, admitamos que en su naturaleza disparatada y aventurera, nos entretiene. Más de lo mismo.