Que suerte tiene Alfred, sí señor. A él se le perdona, se le permite y se le alaba el absurdo más ridículo, la más inverosímil incompetencia, la estupidez elevada al máximo, el McGuffin perpétuo, la gracia que no es graciosa y la acción chapuza. A veces es cierto que se luce y brilla con auténtico talento, pero no es el caso de «Con la muerte en los talones».

Esta película sería bajo cualquier circunstancia una cinta mediocre, pero más aún si se toma en serio como se lo toma Hitchcock y tiene la pretensión de ser un thriller que produzca intriga. Lo chistoso es que los espectadores son conscientes de sus muchas debilidades y errores y, sin embargo, se quedan tan contentos y satisfechos. Yo no me lo explico.

Que Roger O. Thornhil se tome a pitorreo que le secuestren, sólo puede ser síntoma de parodia, pero de parodia de serie B; que esos secuestradores sean tan idiotas como para no saber ni emborrachar a una persona en condiciones, es de guionista, y él sí, borracho; que la policía pase olímpicamente del tema y haga una mini investigación contra todas las leyes de la lógica, es de, a parte de borracho, guionista ignorante; que quieran matar a una persona con una avioneta de fumigar, teniendo encima a la víctima a su completa merced y sin ningún testigo, no es que sea absurdo, no, es que es un aspaviento alucinado por parte de un Hitchcock que, de vivir hoy, sería de esos directores de cine de acción comercial que haría que el héroe saltase por los aires sin tomar impulso, esquivase las balas y diera patadas colgado de una cuerda. Si os gustan las payasadas, no os quejéis luego.

Del reparto me quedo con James Mason, que es un super clase haga lo que haga, aunque su villano sea tan corto de luces que nunca llega a enterarse de a quién leches está persiguiendo.

Absolutamente tontorrona, digan lo que digan.