Pues mira, como realmente esta película es una chorrada sin chispa y sin historia, ¿para qué entretenerse mucho en ella?

El envoltorio de la brujería está pésimamente desarrollado; las actrices son las que son pero podrían haber sido otras, porque sus personajes deambulan entre el incordio, la estupidez y la simpleza sin que se inmuten; el romance nos lo cuentan en unos veinte minutos aproximadamente, con lo cual nos haremos una idea de lo lamentable que es; y el misterio no despierta intriga, sino que harta, harta muchísimo, porque se lleva tres cuartas partes de la trama sin que nos interese en absoluto.

Así que mejor dejemos de lado todo esto y centrémonos un poquito, sólo un poquito, en uno de los actores protagonistas: Aidan Quinn, único motivo por el que es recomendable ver «Prácticamente magia», a pesar de que su aparición se retrasa hasta el momento justo en que ya la cosa se está volviendo insoportable. Entonces llega él, por fin, interpretando al hombre perfecto, cómo no. Tenía que ser él y no otro. El hombre de tus sueños, el hombre que no puede existir pero que se hizo realidad a través de un hechizo. Tenía que ser él y no otro.

Ni el Cine ni el tiempo lo han tratado bien pero ha sido, sin duda, uno de los mejores. Que sirva esta crítica como homenaje.