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Voto de Kaori:
4
7,8
32.404
26 de abril de 2013
22 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Cabaret abre las puertas y nos da la bienvenida a un local que de estar al lado de nuestra casa nos horrorizaría. Gente de todo pelaje, extranjeros de paso, negociantes, artistas, elementos inclasificables y activistas del incipiente Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de los años treinta se reunirán por las noches en un cabaret oscuro, extravagante y algo kitsch. Pasen, pasen y vean.
Entre esos artistas asiduos se encuentra Sally (Minnelli), una chica que reúne un compendio de errores y locuras incomprensibles. Ella es feliz, dice. Pues muy bien, chata. Pobre padre, de verdad, pobre hombre que tiene que ver cómo su hija se destroza la vida. A la polifacética existencia de la simpática Sally llegará el joven Bryan Roberts (Michael York), de tremenda ambigüedad sexual; sigo sin saber si es homosexual o no lo es, o si es bisexual, o sólo hetero. Es que no lo sé y me temo que la película no arriesga lo suficiente en ese ámbito; lo malo es que se pone a jugar al juego de la ruptura con lo establecido para luego no llegar a nada revolucionario. Aquí mucha contra cultura oficinal, pero en resumidas cuentas todos se enamoran, se casan, quieren formar una familia, trabajan, apenas beben y fuman, no toman sustancias ilícitas y desde luego tienden a la tradicional monogamia. Sally es la única que parece romper un poco con esa dinámica desde el principio hasta el final y hay que reconocer que su personaje es siempre coherente consigo mismo.
Sobre el espectáculo del cabaret propiamente dicho, debo confesar que me resulta de lo más decadente, destacando siempre una Liza Minnelli que es un auténtico huracán en el escenario; canta y gesticula que da gusto verla. Los números explican los acontecimientos a modo de simbiosis entre la vida y el arte: el mundo es un cabaret, lo que aquí pasa, pasa fuera viene a decirnos. Original, sí, pero, sinceramente, a ese mundillo tan estrafalario, vulgar, grotesco e incluso sucio no le encuentro demasiado encanto. El tema político está sólo de fondo y de refilón, y de verdad que no comprendo que algunos vean en «Cabaret» la explicación definitiva de por qué Hitler llegó al poder. Tantos estudios, para nada.
El Cabaret cierra sus puertas y la sensación predominante tras ver el espectáculo es de indiferencia. No apasiona, no entusiasma. No entraré más.
Entre esos artistas asiduos se encuentra Sally (Minnelli), una chica que reúne un compendio de errores y locuras incomprensibles. Ella es feliz, dice. Pues muy bien, chata. Pobre padre, de verdad, pobre hombre que tiene que ver cómo su hija se destroza la vida. A la polifacética existencia de la simpática Sally llegará el joven Bryan Roberts (Michael York), de tremenda ambigüedad sexual; sigo sin saber si es homosexual o no lo es, o si es bisexual, o sólo hetero. Es que no lo sé y me temo que la película no arriesga lo suficiente en ese ámbito; lo malo es que se pone a jugar al juego de la ruptura con lo establecido para luego no llegar a nada revolucionario. Aquí mucha contra cultura oficinal, pero en resumidas cuentas todos se enamoran, se casan, quieren formar una familia, trabajan, apenas beben y fuman, no toman sustancias ilícitas y desde luego tienden a la tradicional monogamia. Sally es la única que parece romper un poco con esa dinámica desde el principio hasta el final y hay que reconocer que su personaje es siempre coherente consigo mismo.
Sobre el espectáculo del cabaret propiamente dicho, debo confesar que me resulta de lo más decadente, destacando siempre una Liza Minnelli que es un auténtico huracán en el escenario; canta y gesticula que da gusto verla. Los números explican los acontecimientos a modo de simbiosis entre la vida y el arte: el mundo es un cabaret, lo que aquí pasa, pasa fuera viene a decirnos. Original, sí, pero, sinceramente, a ese mundillo tan estrafalario, vulgar, grotesco e incluso sucio no le encuentro demasiado encanto. El tema político está sólo de fondo y de refilón, y de verdad que no comprendo que algunos vean en «Cabaret» la explicación definitiva de por qué Hitler llegó al poder. Tantos estudios, para nada.
El Cabaret cierra sus puertas y la sensación predominante tras ver el espectáculo es de indiferencia. No apasiona, no entusiasma. No entraré más.