Steven Spielberg está de una blandura desde hace unos años que en serio ya parece ser su seña de identidad. Cuando ves una película de este director sabes, o imaginas, que te vas a encontrar con un producto suavecito, complaciente, casi tierno. Para muchos puede ser una cualidad, tampoco es que sea malo realmente.

«Los archivos del Pentágono» es un ejemplo claro de este cine spielbergniano dulzón: la típica película correcta, muy formal, con un elenco respetable de sobra pero sin ninguna fuerza, interna o externa. Primero que no hay drama ninguno, aunque se tiren dos horas haciéndose los molones sobre si publicar unos archivos del Gobierno. Sabes lo que va a pasar de antemano y la película ni siquiera se preocupa en darle más relieve a los hechos. Por ejemplo, explicando qué dicen esos archivos tan escandalosos e importantes, si son de verdad un riesgo para la seguridad del Estado, lo cual sí hubiera sido un conflicto serio sobre libertad de expresión y periodismo.

Porque contar la verdad y perjudicar con ello a otras personas, por ejemplo a los soldados que estaban en la guerra, ¿es lo correcto? ¿O no contarla y proteger vidas? Eso sí es un conflicto. Aquí la disyuntiva es: publicas, no pasa absolutamente nada y quedas como un héroe; no publicas y sigue sin pasar absolutamente nada pero eres malo. Es fácil defender la libertad de prensa cuando resulta todo tan cómodo, tan obvio.

Además, la historia no pierde de vista el mensaje feminista y patriótico americano, con reafirmación final de la Constitución para que la gente se ponga a llorar. Por supuesto. Muy plana.