Quince años han pasado desde esta película y Jean-Claude Van Damme se mantenía bastante en forma. Por cierto que la moda de principios del milenio no era nada favorecedora.

Para hablar de «Justa venganza» sería más justo hablar de la película que nos hubiera gustado que fuese pero no ha sido. El argumento es que es muy bueno. Ese villano chino daba para mucho, así que nos hubiera gustado que tuviese más relieve y conocerlo un poco más. De hecho, aun siendo solo el malo muy malo, es un villano que llama la atención: porque es malvado pero también es un padre que quiere a su hija, así que ¿acaso no tiene razón? ¿Acaso la ley no está de su parte respecto a sus deberes y derechos paternos? Y luego está la niña, a la que apenas se le da juego, pero nos hubiera gustado que nos explicasen qué siente hacia su padre y cómo era su vida; es que esta relación familiar, esto que no se ve, genera un sinfín de posibilidades dramáticas.

Por otra parte, tenemos a un héroe, Van Damme, que queda bastante opacado, entre otras cosas porque no establece un vínculo emocional real con la pequeña en peligro. Apenas habla con ella y para él, e incluso para nosotros, es a fin de cuentas una desconocida que objetivamente hablando le ha puesto la vida patas arriba. El final pretende ser muy climático, pero ocurre lo contrario: queda todo muy plano y soso.

Así, «Justa venganza» navega entre lo que podría haber sido y lo que simplemente nos ofrece. Entre sus virtudes encontramos una escena de tortura que diría que es de lo más despiadado y mejor hecho que he visto en el género.

Aceptable.