Tres horas de metraje en japonés subtitulado en español, ya veis que me he puesto en serio a «disfrutar» de la gran obra, la grandísima obra, el tótem de Kurosawa «Los siete samuráis», rodada en 1954 y de clara influencia en el cine posterior. La más destacable es aquella otra «Los siete magníficos» de Sturges, western enorme que siendo remake lo prefiero a su original.

El mundo japonés, asiático en general, ejerce una potente atracción, a mí a la primera, y la lucha desinteresada por la justicia es un ideal que a todos nos enorgullece y emociona. Puede que estas seas las mejores bazas de la película, las únicas a decir verdad. Kurosawa parte de una buena idea teórica, la del sacrificio de unos hombres repudiados y en decadencia, para realizar en la práctica un trabajo largo y desequilibrado que va decayendo minuto a minuto hasta una última hora de acción y batallas sin clímax ni tensión. Supongo que para entonces los espectadores estamos ya cansados de tanta sobreactuada lentitud y vueltas y revueltas a las mismas situaciones y comportamientos; estamos agotados intentando empatizar con los samuráis, entender sus motivaciones, captar la filosofía de vida que la película nos quiere transmitir. Esto es muy duro, de verdad, porque una, que sabe que «Los siete samuráis» es la obra maestra definitiva, quiere desesperadamente encontrar esa maestría que, sin embargo, no aparece por ningún lado. Así, tengo que acabar aceptando que «Los siete samuráis» apenas se sostiene y, con ello, enfrentarme al destino de los críticos de Kurosawa. Dadme una catana que me defienda.

El grupo de samuráis, ¿en serio que os simpatiza? ¿Os conmueve? Si no tienen relieve ni hondura; hacen justo lo que se espera que hagan en todo momento, ni más ni menos, ni mejor ni peor, sin desarrollo ni evolución. Algunos incluso son más figurantes que personajes con entidad. Solo están ahí porque el guión dice que estén. Sé que os gusta la voluntad desmitificadora de la casta samurái, de la clase criminal en su conjuntos; sé que os encanta eso de que un peligroso mercenario se ponga a coser una banderita, cual señora de su casa, y que unos temidos guerreros se rían como niños con el payaso de turno. Esta es la clave, el resto es secundario. El problema es que aquí falta sensibilidad, una historia que no sea limitada y reiterativa, un retrato de los personajes serio y universal, una trama bien planificada y una consistencia en interpretaciones (lamentables), sentido y forma que brilla por su ausencia. Lo genial no es que se incluya la cámara lenta; sino que se sepa cuándo y cómo usarla.

Corriente y sobrevalorada.