Con lo que me he encontrado viendo «Cara a cara». ¿Y con qué ha sido? Pues puede decirse que me he reencontrado con un memorable Gian Maria Volontè. Demasiado bueno, demasiado.

Porque para cara, la de un Gian Maria Volontè pálido y de ojos rojos, enfermizo. La de Gian Maria Volontè agresivo y con revólver en mano; la de Gian Maria Volontè temblando, lloroso; la cara de Gian Maria Volontè mirando, hablando, en silencio, deseando, matando. Interpretación maestra de su Brad Fletcher, profesor que demuestra que la cultura no es ajena a la violencia y a la crueldad. Reflexión que él mismo hace y que nosotros, los espectadores que asistimos a este western filosófico, también nos hacemos. De verdad, sólo por ver a Volontè ya es recomendable esta película, demostrando que fue un actor de un abanico interpretativo soberbio y para nada encasillado en papeles de rápidos pistoleros. Observando al profesor Fletcher, me lo creo haciendo lo que le echen.

A parte de Volontè, «Cara a cara» resulta más que nada un trabajo entretenido y agradecido, debería decir, porque cuenta con un argumento de interés: un forajido y un caballero cruzan sus destinos para cambiar sus vidas para siempre. ¿Creíble? Pues a medias, porque es verdad que es muy fuerte que dos personas cambien tanto y lo cierto es que no hay motivo aparente real para ello, y esto me extraña más en el caso del bandido Beauregard, tengo que decirlo, de cuya transformación apenas conocemos los alcances, quizá también porque Volontè y Brad se lo comen enterito. Final forzado por determinado personaje ajeno a la pareja protagonista que le hace perder coherencia a la trama, sin convencer con los acontecimientos que se precipitan.

Sin duda, digna de ver, aunque podría haber sido mil veces mejor.