Cuando ves una película como «Resident Evil: Capítulo final» te das cuenta de que, al fin y al cabo, películas que has considerado malas, en comparación, pues no lo son tanto. Así de mala es esta.

Ya se llega a la última entrega de Resident Evil totalmente desganado, agotado. Al principio Alice hace un resumen/introducción que aunque se agradece no nos sirve para nada porque tienes la sospecha de que el noventa por ciento es inventado y el otro diez no tiene sentido. De todos modos, ya desde los primeros minutos te das cuenta de que da igual lo que haya pasado antes en la trama o de lo que te acuerdes, porque la historia es simplemente un relleno para que haya tiros, peleas, muertes y muchas fantasmadas.

Los planes alucinados de Umbrella, el cambio de comportamiento de la Reina Roja (odioso pasteleo), el doctor este que prometo que no recuerdo haber visto nunca; el grupo de supervivientes anodinos, irrelevantes; los diálogos instrumentales, los porque síes… Despropósito.

Sin embargo, lo peor no es ni el guion, sino la dirección de Anderson. Absolutamente insoportable. ¿Cada cuántos segundos cambia este hombre de plano? Es que es un horror de imágenes atropelladas, además en escenarios nocturnos y oscuros en los que apenas distingues nada, ni cómo ni cuándo. Ni siquiera los que quieran disfrutar de la casquería y sangre propia de zombis lo verán porque si hay algo de eso, ya se encarga Anderson de cambiar de plano rápidamente y a seguir con lo siguiente.

Me alegro de que esto haya acabado. Y que sea de verdad.