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Voto de cineclasico73:
8
Drama. Intriga. Cine negro Richard Harland (Cornel Wilde), un joven escritor, conoce en un tren a Ellen Berent (Gene Tierney), una bellísima mujer con la que se casa pocos días después. La vida parece sonreírles, pero Ellen es tan posesiva y sus celos son tan enfermizos que no está dispuesta a compartir a Richard con nadie; tanto amigos como familiares representan para ella una amenaza de la que intentará librarse, provocando la desgracia de quienes les rodean. (FILMAFFINITY) [+]
30 de julio de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estoy convencido de que "Dejarla al cielo" en su traducción literal, o "Que el cielo la juzgue", como es conocida en el mundo hispanohablante es un ejemplo de películas en donde la primera impresión es suceptible de cambio. Y no lo digo por su calidad dramática, de una solidez palpable donde Stahl pone su sello injustamente olvidado por décadas; o por su fotografía rutilante y limpia que permite degustar la belleza de los paisajes sutil y elegantemente involucrados de tal forma para convertilos en escenarios importantes que van desarrollando una trama contada con el ya popular flashback tan utilizado en esa maravillosa década que fue para el cine como los cuarenta del siglo pasado. Lo digo por el personaje principal encarnado por la preciosa Gene Tierney, de belleza legendaria, como de vida trágica en el plano personal. Y es que, en mi caso, cada vez que vuelvo y degusto la cinta, creo que entiendo más los motivos que llevan a Ellen (Tierney) mujer mentalmente inestable, de actuar como actúa frente a las situaciones que se le presentan, relacionadas con su entorno tanto familiar como marital, sin entrar, por supuesto, en el terreno de la justificación de lo injustificable como el homiciodio digamos que involuntario del hermano paralítico de su esposo; o del aborto, éste si muy premeditado de la potencial amenza que para ella representaba ese ser inocente para su vida en pareja. Y digo que la voy entendiendo, dentro de su atmósfera perturbada de amor posesivo, celoso y enfermizo, que su sus motivos, al final de cuentas son hasta lógicos, por cuanto en ciertos pasajes, hasta se pueda simpatizar con ella, como por ejemplo, en la luna de miel interrumpida tanto por un esposo que,embebido por su trabajo que, sin darse cuenta, hace a un lado tan significativo momento íntimo por el amor fraterno hacia su hermano y la visita inoportuna de las familiares de Ellen, sin tener en cuenta ni siquiera la opinión de ella al respecto; o de los celos patológicos que surgen por la sospecha del inicio de una relación entre su marido y su propia hermanastra, a fe, que al final se dá. Por tanto, de la fría, celosa, egoísta, caprichosa y calculadora femme fatale que me quedó la primer vez que ví el film, ha ido pasando a una enferma e impulsiva mujer, con una ambivalente capacidad para el amor y el rencor, que me ha quedado después de haberla visto, afortunadamente ya, varias veces. Lo que sin duda no cambia, y que, por el contrario, el tiempo ha fortalecido aún más es la belleza de leyenda que el sistema de technicolor implementado el director dejó como testamento eterno en el film de la inolvidable Gene. Cada plano, cada mirada, cada gesto de ese rostro mítico, ocupan de lleno la pantalla, dejando en inferioridad manifiesta a un correcto Cornel Wilde, como esposo víctima del comportamiento dispar de su mujer, o una joven y linda Jeanne Craine, como tercera en discordia, pero sin la fuerza necesaria para igualar a la espléndida Tierney, en uno de sus mejores registros. En consecuencia, el gusto de verla más de una vez, y contemplar a una de las bellezas históricas del séptimo arte en estado de gracia es impagable. Y Gene lo merece.
cineclasico73
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