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Voto de Jark Prongo:
8
5,6
151
Drama
Genuino fragmento de "cinéma vérité" que nos acompaña durante una semana en la vida de los singulares habitantes de Crespiá, un pequeño pueblo de la comarca de Pla de l'Estany, en Gerona. (FILMAFFINITY)
20 de mayo de 2016
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay quien dice que Albert Serra es un charlatán, un personaje cuyas declaraciones son cheques que su filmografía no puede pagar. Lo de su verborrea es innegable, el hombre tiene una chancla cangrejera por boca. Ahora bien, en un panorama cultural donde la norma es la mesura, la falsa humildad, eso, lo de sus declaraciones altisonantes, es un pro que añadir a la valía de su obra, hasta el momento impecable. Caso de ser al contrario, de tener una filmografía lamentable, se le seguiría agradeciendo comportarse de la manera en la que lo hace. Imaginemos por un momento a alguien que representa todo lo opuesto a Albert en la valía de su obra y en sus declaraciones públicas. Imaginemos a Jonás Trueba. Qué distinto panorama si el hijísimo del bizco de Fernando, lejos de intentar cambiar lo que es del todo imposible (la valía e interés de su cine) decidiese dar un vuelco a la faceta en la que sí que puede hacer algo al respecto, la de sus declaraciones al presentar cada una de sus nuevas incompetencias. Si el chaval en vez de conducirse por el camino de la mesura y la humildad impostada hiciese chascarrillos sobre que es un enchufado y que sus películas son la polla pues su obra seguiría una puta mierda pero al menos, oye, qué salao que es el cabrón. Jonás, más imitar a Chiquito cuando presentas tus mierdas y menos decir que estás nervioso, en serio.
Mucho antes de Historia De Mi Muerte, cuando El Canto De Los Pájaros no era siquiera un bosquejo de idea, en un 2003 que aún no sabía de Honor de Cavalleria, Albert Serra debutaba con una obra aún más insólita que todas las que vendrían después. De hecho puede que sea la más especial de sus películas. Ni es un documental ni es cine de época ni es un musical ni es cinema verité ni es un mondo ni deja de ser ninguna de las anteriores cosas durante sus ochenta minutos. Crespià (la peli, no el pueblo) es una celebración de la tierra; del arraigo y también del desarraigo; de las costumbres y de todo lo que rompe con ellas; de las jornadas currando de sol a luna y de las noches bebiendo de luna a sol; de un microcosmos de 250 habitantes que representan sobre todo a la gente de la comarca de Pla de l'Estany (pero que al contextualizarse en la semana de Fiestas del municipio cualquier otra persona de la península ibérica podrá considerar harto familiar). Es un milagro semejante a cuando la comarca celebra que el año ha sido bueno cuando la tendencia de los años precedentes apuntaban a que tener algo que celebrar sería imposible. Es -odiando mucho el término u habiendo sopesado bastante si usarlo- una película vitalista. Pese a que la muerte tenga un peso importante sobre sus acontecimientos. O quizá por ello: nada mejor que tener siempre presente la figura de la guadaña para poder ser más consciente de que se vive.
Estamos en la semana de las fiestas de verano de la comarca, a principios de los ochenta. Un pueblo de los que es mejor hacerse una idea de su tamaño no por el censo, sino por contar exclusivamente con un único estanco y dos bares. Una serie de variopintos personajes, con toda la solana, de repente, se ponen a bailar sobre la cosechadora con la que faenaban: ha empezado a sonar I´m The One You Need de los Miracles. La Motown tronando a todo muelle en mitad del campo catalán, flipa. Una música extradiegética que qué más dará a santo de qué suene, se celebra, se activa el mecanismo de los musicales. Y poco a poco en el pueblo vamos conociendo a sus habitantes a lo largo de las jornadas que preceden al día mayor de las fiestas, el sábado. Hay imitadores mestizos de Tom Jones y una banda tributo a los Buzzcoks y los Jam que sirven para introducir la música de forma diegética. Hay chaveas adolescentes. Hay muchachas que se visten y se maquillan para la feria. Hay discusiones eternas en la terraza del bar sobre el trabajo y el disfrutar la vida, discusiones en las que nadie y todos tienen la razón. Y hay, sobre todo y por encima de cualquiera, un Lluís Carbó que semejante carisma no se veía en el cine desde Luis Escobar. Un hombre (actor fetiche de Serra ya desde ahí en lo sucesivo) que es el personaje fundamental Crespià.
Mucho antes de Historia De Mi Muerte, cuando El Canto De Los Pájaros no era siquiera un bosquejo de idea, en un 2003 que aún no sabía de Honor de Cavalleria, Albert Serra debutaba con una obra aún más insólita que todas las que vendrían después. De hecho puede que sea la más especial de sus películas. Ni es un documental ni es cine de época ni es un musical ni es cinema verité ni es un mondo ni deja de ser ninguna de las anteriores cosas durante sus ochenta minutos. Crespià (la peli, no el pueblo) es una celebración de la tierra; del arraigo y también del desarraigo; de las costumbres y de todo lo que rompe con ellas; de las jornadas currando de sol a luna y de las noches bebiendo de luna a sol; de un microcosmos de 250 habitantes que representan sobre todo a la gente de la comarca de Pla de l'Estany (pero que al contextualizarse en la semana de Fiestas del municipio cualquier otra persona de la península ibérica podrá considerar harto familiar). Es un milagro semejante a cuando la comarca celebra que el año ha sido bueno cuando la tendencia de los años precedentes apuntaban a que tener algo que celebrar sería imposible. Es -odiando mucho el término u habiendo sopesado bastante si usarlo- una película vitalista. Pese a que la muerte tenga un peso importante sobre sus acontecimientos. O quizá por ello: nada mejor que tener siempre presente la figura de la guadaña para poder ser más consciente de que se vive.
Estamos en la semana de las fiestas de verano de la comarca, a principios de los ochenta. Un pueblo de los que es mejor hacerse una idea de su tamaño no por el censo, sino por contar exclusivamente con un único estanco y dos bares. Una serie de variopintos personajes, con toda la solana, de repente, se ponen a bailar sobre la cosechadora con la que faenaban: ha empezado a sonar I´m The One You Need de los Miracles. La Motown tronando a todo muelle en mitad del campo catalán, flipa. Una música extradiegética que qué más dará a santo de qué suene, se celebra, se activa el mecanismo de los musicales. Y poco a poco en el pueblo vamos conociendo a sus habitantes a lo largo de las jornadas que preceden al día mayor de las fiestas, el sábado. Hay imitadores mestizos de Tom Jones y una banda tributo a los Buzzcoks y los Jam que sirven para introducir la música de forma diegética. Hay chaveas adolescentes. Hay muchachas que se visten y se maquillan para la feria. Hay discusiones eternas en la terraza del bar sobre el trabajo y el disfrutar la vida, discusiones en las que nadie y todos tienen la razón. Y hay, sobre todo y por encima de cualquiera, un Lluís Carbó que semejante carisma no se veía en el cine desde Luis Escobar. Un hombre (actor fetiche de Serra ya desde ahí en lo sucesivo) que es el personaje fundamental Crespià.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Lo fascinante del debut de Albert, amén de ver a una comarca que transcurre a otra velocidad que la ciudad, que entiende la vida de otra forma, es que sin ser Crespià un documental -en el estricto sentido del formato- ofrece una aproximación a las fiestas y lo que significan que igual de otra manera sería posible obtenerlo. Se palpa una emoción en sus vecinos los días previos al sábado. Y ese día, además, funciona de punto de inflexión mientras acontece la población anciana de la comarca baila con las canciones punks de la juventud y dicha juventud, a su vez, disfruta de las canciones de sus mayores. Ancianos y jóvenes, siempre condenados a no entenderse y sospechar los unos de los otros, tienen una noche de tregua en la que no existen los prejuicios de con los unos para con los otros ni las diferencias ni los reproches. Es como una actualización de la sublime Il Tempo Si É Fermato de Ermanno Olmi en Gerona una actualización en la que juventud y senectud se entienden no por el aislamiento y la dureza de las circunstancias sino por la amplitud del espacio natural y el jolgorio de llevar más alcoholazo en sangre que Guti a la vuelta de unas jornadas de enología. Ese sábado, decíamos, parte la secuencia lo que era manga ancha por parte de los padres a sus cachorros en el relajo de la hora de recogerse a casa vuelve a la férrea y estricta línea de siempre. Vuelven las disputas eternas juventud-senectud. Pero, lo más importante Lluis Carbó recibe una llamada. Se le tuerce el gesto. A él, un tío que ya está de vuelta de todo, siempre bailando y haciendo el cabra. Se le desencaja la cara. Met tendría a lo sumo treinta años. Toda una vida por delante. Lluis, lejos de hacer lo propio a toda figura mayor –y por ende paternal- no discute ni cuestiona la forma de vida de Met, la senda que había llevado hasta su muerte. Albert Serra no introduce ese Carlosberlanguiano ”ser prudente de más es tan malo como no serlo” que si que metió Dino Risi de enseñanza final en La Escapada, sería falaz. Porque Lluis Met se sobreentiende que ha hecho toda la vida lo mismo que Met, vivir a su manera. De ahí que se quede roto al recibir la llamada, sí, pero de ahí también que no quiera moralizar sobre lo prematuro de su muerte, extraer un corolario cualquiera sobre el suceso sería moralizar. Simplemente honra su memoria en el cementerio junto a los amigos de Met, tres veces más jóvenes que él. Y recuerda el gran sábado de fiestas que pasaron, los grandes momentos. Y si justo ese flashback que cierra la peli Serra lo remontase al son de Sniffin La Pau de los Beef sería imposible no llorar.