Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Jark Prongo:
8
Drama Una solitaria mujer japonesa se convence de que el bolso con una enorme cantidad de dinero enterrado en la película 'Fargo' es real. Dejando atrás su estructurada vida en Tokio, viaja a la fría y desangelada Minnesota, embarcándose en una búsqueda impulsiva para encontrar la mítica fortuna perdida. (FILMAFFINITY)
29 de junio de 2015
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera imagen de Kumiko The Treasure Hunter muestra el clásico advertimiento legal que reza aquello de Based On A True History. Al momento se glitchea, pues es un televisor emitiendo el VHS de Fargo. La película de los hermanos Coen y su bromazo inicial sirve para expandir el universo de aquella ficción –hete allá la broma, nada de lo narrado era ni tenía una base real- a través de una muchacha que bien podría ser un personaje apócrifo de cualquiera de sus películas, pues, como muy bien dijo sobre la chica el famoso psiquiatra David Martinez, aquí al principio ella parece que está muy bien y luego resulta que está regular. Kumiko es una chica de casi treinta años con una apatía extrema por cualquier cosa. Odia su trabajo, odia a su jefe, odia a su madre, odia a sus compañeras, odia a sus amistades. Y obra en consecuencia a ese odio con el mejor arma que existe, la indiferencia plena ante todo. Un día encuentra en una cueva un VHS de la película Fargo, y da por real todo lo que en ella sucede por ese encabezado que advierte sobre lo real de lo narrado en el film. Se pasa la vida viendo una, dos y un millón de veces el film. Cree que el maletín que entierra Steve Buscemi en medio de la nada nevada ahí sigue, esperando a que dé con él. Y la tía loca va y se borda un mapa en base a unos coordenadas topográficas que ha determinado con la precisión infalible de coger un metro y posarlo sobre la imagen mientras traza marcas en la tele. Ahora tiene un motivo para vivir, por fin puede otorgarle un mínimo de sentido a su existencia.

Luego sabremos que Kumiko es de la forma en la que es no porque sí sino porque su madre es inaguantable, su jefe un gran pedazo de mierda y la gente, así en general, algo a evitar. Por eso decide vivir sola, y la primera emoción que muestra, el primer indicio de no vivir inmersa de pleno en un sus pensó emocional, es cuando llora por su conejo. Es decir, cuando sufre por su mascota, que ha sonado a que la doña es capaz de lagrimar por el chocho y no es eso. El caso es que se marcha a Estados Unidos a buscar el mapa a cuenta de la tarjeta de su curro, y ahí, con el choque cultural propio a quien ni entiende ni farfulla el inglés en condiciones, comienzan una serie de desventuras que reíros de las de Stroszek cuando lo suyo; de hecho durante gran parte del metraje Rumiko es lo más próximo una versión en femenino de la película de Werner Herzog, por no hablar de todas las semejanzas que comparte la empresa chiflada de la protagonista con el clásico personaje tronado del cine del alemán. Cierto es que a ella el ciudadano estadounidense no le es tan hostil como le sucediera a Stroszek, pero ahí está todito lo mismo: los infortunios, el pasar hambre, el tener frío, el no entender nada de nada, el vivir en la permanente confusión y el definitivo engaño sentimental: acostumbrada a que la gente la decepcione, cuando un policía ayuda a Rumiko con su mamarrachada ésta confunde la ayuda desinteresada por la posibilidad de un affaire y, claro, se come una de las cobras más dolorosas que se hayan visto jamás en el cine. Dolorosa porque ya se conoce a la protagonista y sus razones para desconfiar de la gente y tras semejante descalabro no hay resquicio a la duda sobre que vivirá dentro de su caparazón emocional hasta que se muera. Que lo hace, y bien pronto. Y da mucha pena, por mucho que ese epílogo -a lo Platillos Volantes, otra brillante película sobre la necesidad de tener cierta fé aunque sea en las cosas más descabelladas para luchar contra una vida gris mediocre, lo imprescindible de la ficción para hacer frente a lo real- que revive a Rumiko y la permite hallar el maletín de Fargo e irse feliz con su conejo pinte cierta sonrisa esperanzadora en el espectador. Porque esa sonrisa de Rinko Kikuchi sabemos que no es real, que no puede ser, y a la vez reconforta y trae paz, explica por qué necesitamos de la ficción de una manera impresionante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow