Profundos, además. Y no hablo precisamente de la estúpida chabola de la protagonista, sino del cubil donde "convive" con lo menos parecido a unos familiares.
Y es que, con una hermana que se asemeja a una ninfa y no deja de revolotear como una imbécil irritando al personal, una madre con menos sesera que todos sus hijos juntos (o así lo demuestra con ese comportamiento), un tipiquísimo hermano que, además de presuntuoso, es hipócrita (quizá de los pocos personajes que se salvan de la quema), y un padre, que sustituido por una estatua mediaría la misma función, uno no puede esperar más.
Eso sin olvidar a la protagonista, claro, una neurótica de remate a la par que enferma mental. De espanto, vamos.

Lo peor de todo, es que ni dándole tropecientas vueltas hallo el cinismo por ningún lado. Tampoco ningún tipo de acidez, excepto la mia. Estomacal. Después de tragarme esta hez de hora y media.
Lo único que hallo es demencia y una estupidez catatónica reflejada en diálogos de auténtico pavor, totalmente vergonzantes y situaciones bochornosas.
Para colmo, la única relación que tiene la protagonista con un ser humano normal, la arroja por el retrete sin saber por qué. Solondz también podría haber arrojado por ahí el guión.
Eso sin contar los momentos sumamente previsibles que, sumados a todo lo anterior, conforman una cinta de auténtico sonrojo.

Por si todo ello no fuera poco, verla acompañada de mis mayores les habrá hecho pensar que viven con una especie de psicópata de veintitantos al cual, en breve, tendrán que acompañar al psiquiátrico más cercano.
Además, lo que en Happiness sustentaba en mayor parte el interés de la cinta, la inteligencia narrativa, aquí se ve disipada entorno a un relato torpe y poco trabajado.
Señor Solondz, tómese un descanso en alguna institución mental. Por el bien de la humanidad.
Un abrazo.