Woody Allen dijo de Oviedo que era una ciudad de cuento. Quizás influenciado por el embrujo de esta hermosa ciudad o quizás por la lectura de Andersen, Twain o Dickens, lo cierto es que Allen consigue en "Midnight in Paris" que el cuento llevado al cine alcance su máxima expresión.
Gil e Inez son una pareja de americanos a punto de casarse. Viajan a París y allí, mientras Inez y sus padres se dedican a ir de compras y a cenar en lugares selectos, Gil recorrerá cada noche las calles de París en compañía de unos misteriosos amigos.
Estamos ante un cuento hermoso, un cuento perfecto, redondo. Y eso es muy difícil de conseguir. Resumir, sintetizar, condensar. Y que lo poco se convierta en mucho, y bueno. Llenar la escena de ideas y efectos únicos, de ambientes de ensueño, de una belleza que no empalaga. Se trata de cerrar el círculo. Aquel que Allen comenzó a trazar con "La rosa púrpura del Cairo" con la que "Midnight in Paris" comparte tantas analogías: triángulo amoroso, protagonista masculino que salta a un mundo mejor, ferias donde esconderse de la realidad.
Y, no deja de ser curioso que un personaje como Allen, tan incrédulo y resignado, tan pragmático, sea quien nos invite a creer que París pueda ser tan hermosa, su iluminación tan poética, sus noches tan mágicas, sus habitantes tan seductores. En definitiva, que nos invite a creer en cuentos gracias a un cuento tan hermoso como este.