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Voto de Anibal Ricci:
9
Drama Unos niños han quedado abandonados, porque el padre cesante roba ganado para dar de comer a los suyos y la policía lo ha detenido. Los niños se ven obligados a enfrentarse con la vida antes de tiempo y de una forma brutal. (FILMAFFINITY)
30 de agosto de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las escenas demoledoras aparecen cuando el metraje sobrepasa la hora de duración. Hay rudeza en esta cinta, la pobreza es cruel y el Valparaíso de postal es desnudado hasta sus entrañas.

El ladrón de bicicletas (1948) de Vittorio De Sica será la fuente de inspiración, el marco de referencia con que Aldo Francia encuadra al puerto chileno. Pero esta película es mucho más moderna en su concepción visual y supera a la obra imitada. Recordemos que la película italiana es una de las cumbres del «neorrealismo italiano», que mediante una estética cercana al documental permitía mostrarnos la vida de las barriadas de la forma más auténtica posible. La película de Aldo Francia es simplemente una obra mayor.

En la cinta chilena están presentes los mismos ingredientes: la falta de trabajo, el hambre y la precariedad de las viviendas, problemas sociales recurrentes que Aldo Francia enfoca desde un punto de vista más amplio. Para De Sica, el robo de la bicicleta significaba la pérdida de la inocencia del niño y la destrucción del ideal paterno, pero en la cinta de Aldo Francia no hay lugar para la inocencia, menos para los ideales.

El director emprende este viaje con el padre adentrándose en la cárcel, mientras los interrogatorios y la sentencia se escuchan en off. Es el comienzo del descenso a los infiernos planteado en la película, una forma de avisar que los espacios de los personajes se irán cerrando conforme avancen las escenas.

La música de la película italiana evocaba al melodrama, pero en esta cinta chilena escuchamos una y otra vez La joya del pacífico, un popular vals de los años cuarenta que refleja cierta nostalgia hacia el puerto, pero que Aldo Francia utiliza frenéticamente para no dar tiempo a los silencios ni momentos en que los personajes puedan estar en paz. El director se aleja de cualquier melodrama, no es una película que ensalce los valores humanos, más bien muestra sus pecados, siempre apostando por encontrar a otro ser más ruin.

Tampoco hay lugar para la tristeza, todo transcurre a una velocidad tal, que los personajes son absorbidos por la ciudad. De Sica trabajaba sobre la imagen de un padre y un hijo, Francia en cambio sitúa a la ciudad como protagonista encargada de corromper a los habitantes que viven bajo su alero. El director nunca hace un juicio de valor sobre los proxenetas o sobre los que abusan de niñas que ni siquiera alcanzan la pubertad, simplemente muestra la realidad de una devoradora de almas, la ciudad que a cada vuelta de esquina esconde los entresijos más oscuros.

El director pudo caer en la metáfora simple de los ascensores descendiendo al inframundo, pero va más allá, muestra una coreografía de ascensores que suben bajan, se encuentran, un entramado que constituye el sistema circulatorio de la ciudad, y es que para Aldo Francia este puerto, Valparaíso, es una máquina de pobreza, una generadora de pobres que se retroalimenta de sus miserias. Las imágenes recuerdan en cierta forma a Tiempos modernos (1936) de Charles Chaplin, una impersonalidad que la cinta va adquiriendo con cada plano que propone el director. La música acrecienta esa sensación y en una fuga nos impone una verdadera película de terror.

Aldo Francia va denotando una evolución material de la ciudad, también perniciosa: automóviles e incluso una música proveniente de guitarras eléctricas cuya estridencia es una nueva forma de encubrir la miseria. El progreso no va de la mano con la virtud de sus habitantes. La ciudad es el demonio/infierno, las almas no tendrán escapatoria.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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