El sentido del equilibrio.
Mucha mala gente haciendo, y sobre todo diciendo, maldades, todo el rato, malamente, cuánto miedo. Son ricos, es lo que tienen, no sirven para nada, solo para eso. Para joder. Y beber. Y matar de vez en cuando. Tienen mucho tiempo.
Los hay de todos los tipos y características, pero son esencialmente depravados, vagos e inútiles, muy cretinos, ambiciosos y sin escrúpulos, sexo, felonía, desidia, bajeza, egoísmo, el cuadro completo.
Buenos actores, cuidado producto, elegante, bien hecho y escrito, también un poco tonto y soso y consabido y con un final completamente ridículo.
Años cincuenta. El rock and roll. La fiesta después de tanta ignominiosa guerra, mucha desgracia. El mundo se despereza, ya se recuperaba mientras un griego casi como el de América, América, no tanto como el de El cartero siempre llama dos veces ni mucho a Pete Sampras se parece, no tiene su saque, quizás mejor como Aristóteles Onassis, ese gran amante y naviero, oh, qué prohombre, fundaba un imperio de la nada, se hacía inmensamente rico, cumplía el tópico, se volvía a casar con una fulana mucho más joven, para variar, suele pasar, venga a bailar. Y de ahí, cómo no, directos a la gran tragedia, helena para más señas. Todos son muy sospechosos, pudo ser cualquiera, el rosario de la aurora, tenían abundantes motivos, el dinero, el odio, la envidia, la rabia, el despecho, la vileza, el deseo, de quedárselo todo, por supuesto.
¿Quién será? Qué emoción. Los dedos se me hacen huéspedes. Los diez negritos, ese racismo.