Impecablemente tonta. Deliciosamente estúpida. Gozosamente plana.
Pochola. Bonachona. Chochona. Rechoncha. Chachi. Chupi. Chiripitifláutica. Chamarilera. Chichona. Chocha. Choch... (o lo que sea que yo no quería).
Como comerse un helado de vainilla a la puerta del colegio el día primero (y último de clase) de las vacaciones de verano, con todos los colegas a tu lado y la chica de tus sueños agarrada a tu brazo musculado y mirándote con ojos de cordera arrobada, plenos, todos, ella.
Unas Olimpiadas, una Yincana, una Aventura, una vuelta al primer mito. A la pureza de las sensaciones, antes de que se conviertan en pensamientos/lenguaje y todo se vaya al garete. Correr, morir, saltar, pelear y ser feliz.
Risas y peligros. Bichos y motos. Y una selva esmeralda.
Abstracta. Parque temático. Libertad. Convención.
Reglas. Sobre todo reglas. Todo juego, para que sea libérrimo y dichoso, debe estar organizado y tener un sentido. De lo contrario, se parecería demasiado a la vida y sería más feo, bruto y fiero.
Son dos horas. En verdad diez o quince minutos, el prólogo y el epílogo, el resto, lo del medio es relleno, simpático, cachondo, un entretenimiento fofo que sirve de marco y desarrollo para el encuentro de tanto pimpollo, para que surjan de entre las sombras los verdaderos deseos, pulsiones y anhelos de estos becerros.
En el juego son ellos, en la vida son solo miedo. Por eso se van a la jungla, a probar, a quitarse la máscara y demostrar que nada es tan serio ni tiene tanto peso si le despojas del fárrago, el seso, el discurso, el método, el meollo, el centro.
Una pelirroja, un negro, una rubia y un moreno. Más un chico bueno.
Una bailarina mortal (de necesidad), guapetona y atorada, un chistoso afro (otro más) para entretenernos, un gordo viejo (pellejo, no tanto) y la roca repartiendo mandobles a diestro y siniestro con cara de sieso. Más un muñeco muy flojo (como si le faltara un agosto, o sueño).
Vale. Que es muy tarde. Y mañana hay que levantarse temprano para poder prosperar.