Pasó o cruzó el Rubicón. Me dejó sin argumentos, en bolas, sin salir siquiera de la cama. No me quedó ni la ironía. Ni el sarcasmo, la parodia o la chufla más gorrina. En los huesos. Esquilmado. Expoliado. Cariacontecido. Dormido. Ahíto. Defenestrado. Deslustrado. Agarrado a la balaustrada. Balaustrado de hecho. Muy jodido.
Es perfectamente mala. Apenas Shakespeare, un par de bromas al respecto retortero y el resto, ochenta minutos de vellón al pilón, esto. Musiquita spaghetti, como de Morricone, dios me perdone, algo así, y muertos, miles de muertos, millones de muertos al alimón, más que en la segunda guerra mundial, parecía la batalla de las Ardenas o tal vez termópilas, la heroica reconquista de la isla perejil al alba al alba y con fuerte o duro viento tiempo de papá levante se ya y ande, anda.
Solo ante el peligro. Él, el más valiente, contra mil. De ayudante el barbero y de enamorada una dama. El malo es el actor español, qué cojones nos verán, Fajardo (grande como un imperio a todo sol).
No hay más. Tiros y aquel sagrado ritmillo. Muertos y mucho desierto.
Horriblemente rodada e interpretada. Espantosa. Aberrante. Atroz.
Incognoscible. Sodomizante y gomorriana.
Apocalíptica.