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Voto de Ferdydurke:
3
28 de enero de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra de santas. Juana de Arco sigue en pie, rediviva. Casi intacta. Norteamericana además.
Genia de andar por casa quiere revolucionar el mercado de la limpieza con la ultrafregona, se pliega, se recoge, absorbe y a la lavadora.
Todo serán problemas. Desde una familia llena de desalmados e inútiles hasta un mundo repleto de sinvergüenzas y tipejos sin escrúpulos.
Pero nuestra Cenicienta, además de muy trabajadora, amorosa, responsable, inteligente, sacrificada, generosa, comprensiva y valiente, de vez en cuando, solo algún rato, se pone el mundo por montera y hace temblar los cimientos de la civilización occidental tal como la conocemos ella sola. Solo por esos instantes de fulgor y verdad el resto quedamos redimidos para siempre.
De Niro como manguta, Madsen de bribona encamada, el Ramírez como acompañante bonachón y zángano, Rossellini de ridícula ricachona, el Cooper como pintón añadido, puro relleno, la Ladd de abuela narradora y fantasmal y, sobre todo, una Lawrence imperial que se gusta al sentirse, con toda la razón del mundo, la reina abismal, de las nieves y de los negocios.
Por un momento parece como que dudan un poco, no saben bien qué elegir; si declarar a los cuatro vientos que vivimos en el mejor de los mundos posibles a pesar de los truhanes que lo llenan o pueblan, en la América soñada para más señas, mezcla tan feliz de clases, razas, religiones y procedencias; o, por el contrario, centrarse únicamente en el cuento, aventura sideral, de la heroína doliente e iluminada que nos contempla. Quizás las dos cosas a la vez: todo por un sueño en el país de las oportunidades; donde es posible, y hasta deseable y exigible, salir de la pobreza afrentosa y el anonimato ominoso si tienes las agallas necesarias y las luces suficientes. Siempre habrá un lugar en el sol para ti y, seguramente también, un buen director de cine esperándote con los brazos abiertos, loco por contar tu inmarcesible historia de superación, tan edificante, como ejemplo o gran moraleja para todos nosotros, no te rindas, lucha.
Joy/Lawrence tomará la gran decisión. Su ley será la nuestra.
Al principio, el colorín, la música, los actores queridos, todo suma, te confunde y encandila un poco, te lleva algo al huerto. A la mitad, te preguntas el porqué de tanto azúcar y bobería; echas de menos otras profundidades algo más abisales. Al final, te asustas por cómo está el patio; que un producto tan preparado, falso y tontorrón sea lo máximo que pueda dar de sí un director tan triunfador, señala un mal muy profundo, el de la mayoría del cine actual de los USA (¿mundial, del cine mismo, de la vida, de Dios... ?).
Genia de andar por casa quiere revolucionar el mercado de la limpieza con la ultrafregona, se pliega, se recoge, absorbe y a la lavadora.
Todo serán problemas. Desde una familia llena de desalmados e inútiles hasta un mundo repleto de sinvergüenzas y tipejos sin escrúpulos.
Pero nuestra Cenicienta, además de muy trabajadora, amorosa, responsable, inteligente, sacrificada, generosa, comprensiva y valiente, de vez en cuando, solo algún rato, se pone el mundo por montera y hace temblar los cimientos de la civilización occidental tal como la conocemos ella sola. Solo por esos instantes de fulgor y verdad el resto quedamos redimidos para siempre.
De Niro como manguta, Madsen de bribona encamada, el Ramírez como acompañante bonachón y zángano, Rossellini de ridícula ricachona, el Cooper como pintón añadido, puro relleno, la Ladd de abuela narradora y fantasmal y, sobre todo, una Lawrence imperial que se gusta al sentirse, con toda la razón del mundo, la reina abismal, de las nieves y de los negocios.
Por un momento parece como que dudan un poco, no saben bien qué elegir; si declarar a los cuatro vientos que vivimos en el mejor de los mundos posibles a pesar de los truhanes que lo llenan o pueblan, en la América soñada para más señas, mezcla tan feliz de clases, razas, religiones y procedencias; o, por el contrario, centrarse únicamente en el cuento, aventura sideral, de la heroína doliente e iluminada que nos contempla. Quizás las dos cosas a la vez: todo por un sueño en el país de las oportunidades; donde es posible, y hasta deseable y exigible, salir de la pobreza afrentosa y el anonimato ominoso si tienes las agallas necesarias y las luces suficientes. Siempre habrá un lugar en el sol para ti y, seguramente también, un buen director de cine esperándote con los brazos abiertos, loco por contar tu inmarcesible historia de superación, tan edificante, como ejemplo o gran moraleja para todos nosotros, no te rindas, lucha.
Joy/Lawrence tomará la gran decisión. Su ley será la nuestra.
Al principio, el colorín, la música, los actores queridos, todo suma, te confunde y encandila un poco, te lleva algo al huerto. A la mitad, te preguntas el porqué de tanto azúcar y bobería; echas de menos otras profundidades algo más abisales. Al final, te asustas por cómo está el patio; que un producto tan preparado, falso y tontorrón sea lo máximo que pueda dar de sí un director tan triunfador, señala un mal muy profundo, el de la mayoría del cine actual de los USA (¿mundial, del cine mismo, de la vida, de Dios... ?).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Oda (engendro del averno, no más) inmortal, lo merecía, a la fregona susodicha (de Joy), por mona y aristótelica:
Muchos y tristes siglos esperaron
que tu fulgor y luz aparecieran,
de entre las frías sombras emergieran
las esperanzas que nos prometieron.
Yo también caí, sufrí, te soñé
oculto en mi dolor y no te vi,
pero tras largo penar, comprendí:
que eras tú, pardiez, por fin ya lo sé.
Riégame, dúchame con tus guedejas,
lavar nefandos pecados deseo,
perderme entre tus bondades espesas.
Tu lema es la caridad y el amparo.
Reina de la casa, diosa callada.
Yo me rindo, te canto y ya me callo.
Muchos y tristes siglos esperaron
que tu fulgor y luz aparecieran,
de entre las frías sombras emergieran
las esperanzas que nos prometieron.
Yo también caí, sufrí, te soñé
oculto en mi dolor y no te vi,
pero tras largo penar, comprendí:
que eras tú, pardiez, por fin ya lo sé.
Riégame, dúchame con tus guedejas,
lavar nefandos pecados deseo,
perderme entre tus bondades espesas.
Tu lema es la caridad y el amparo.
Reina de la casa, diosa callada.
Yo me rindo, te canto y ya me callo.