Estraperlo. Cáscara amarga.
Teniendo en cuenta su aire de caricatura, de arquetipo acartonado, sus modos pareciera que copiados del cine negro norteamericano más obvio o clásico, algunos monigotes gruesos, muy poco delineados, fantoches, y ciertos recovecos entre plúmbeos y estirados, además del temor a la eterna lucha/guerra de los muy buenos contra los muy malos, por no hablar de la pereza y falta de talento tan habituales en nuestro cine, pues eso, que, a pesar de los pesares, de tanto, no está mal, aguanta el tipo con entereza, con cierta tensión y dureza, se mantiene con dignidad en pie, se cuenta bien, se explica con garbo y precisión, mucha justicia, todo, no deja apenas cabos sueltos, tiene sentido, es coherente, brava.
Un matemático en ciernes y un acertijo. Un enigma y detrás siempre un vacío, un gato que ríe, un espejo opaco, cóncavo.
La pasión que enmascara la nada. La angustia ante la muerte segura, presta. La sensación física de absurdo, de inutilidad y arbitrariedad, de falta de sentido.
La guerra como símbolo del caos, remolino, voraz vorágine de hechos y vidas que colisionan entre sí como mosquitos ciegos y locos, drogados, borrachos de estupidez y miedo, ansia de matanza y sexo, te follo y ya me muero, si no te mato.
Se mezclan clichés narrativos muy tontos o trillados con algún dialogo y ciertas escenas más elevadas o ambiciosas que, la verdad, a veces no pegan mucho, pero ayudan, tiene cierta gracia y enjundia.
La realización es elegante, la música es poderosa, las interpretaciones son correctas. Solo nos sobran un poco esos malvados de opereta y esa rigidez anquilosada ya aludida más arriba.
Me esperaba algo mucho peor. Bien Pilar Miró, estés en los cielos o no.