Al alba. Corazón blando, espíritu fuerte. Tormenta de acero. El proceso.
Hay demasiada desproporción entre el interrogatorio primero tan largo y minucioso en un caso que es tan claro y meridiano, en el que hay o tienen un millón de pruebas incriminatorias contra ella, por lo que resulta inútil y estúpida esa comedia, entrar en tantos detalles mentirosos que se antojan completamente innecesarios, mil versiones para un mismo cantado resultado, como poco más adelante se ve o comprueba, como dar vueltas en círculo, la gallinita ciega, y que además hace el efecto tonto, totalmente engañoso y contradictorio, de que en un principio ese sistema parezca la mar de garantista y hasta casi amable/razonable, incluso bonachón y comprensivo con los deslices juveniles; y el juicio final o pamema postrera tan exageradamente arbitrario, corto, grotesco, absurdo y gritado como si estuviera dirigido y protagonizado por el sargento energúmeno de la chaqueta metálica, una pantomima o parodia grosera de lo que todos más o menos entendemos por justicia, puro delirio; ese gran salto o contraste entre los preliminares y la culminación es un exabrupto lamentable/intolerable, como si dos enamorados se tocaran desnudos durante días enteros de amor verdadero y pasión sincera para acabar rematando la faena en una décima de segundo de muy mala manera, como el espasmo de un mosquito, la eyaculación precoz de un moribundo, como si pasáramos de susurros en la niebla a berridos a pleno sol, una aberración y un sindiós, de la dulzura de un baile agarrado, bailar pegados es bailar igual que baila el mar con los delfines, a la perforadora esquizofrénica de un albañil hasta arriba de speed, de un camping de boy scouts al holocausto caníbal, de una guardería a sacrificios humanos, de un blues bello de Otis Redding a los gruñidos de ultratumba de Tatiana la grande, en fin, un destrozo y un sinsentido, todo eso.
Como también sorprende un poco demasiado el giro religioso que da la motivación/justificación de la protagonista que comienza como una contestataria estudiantil algo intelectual y acaba casi como una iluminada salida de una película de Malick, más luz, hasta tal punto que protagoniza un intercambio de ideas un tanto delirante con el policía que la interroga, sea, el cual le dice que la ley la condena (una ley que cambia cada dos por tres, esa es otra, como para fiarse alguna vez de ella, de cualquiera), que es la columna vertebral del sistema, la que da orden y seguridad a todos, a la que hay que atenerse caiga quien caiga, la que nos sirve también, para más inri, llueve sobre mojado, como marco de referencia y guía, y ella, la puñetera, dice que no, que debe ser la conciencia, se supone que protestante religiosa (ay, Lutero, cuánto daño has hecho), la que utiliza o le sirve para hablar con Dios y, ya de paso, pedirle/rogarle desesperadamente una ayuda/salvación a la que, según parece y para variar, sin que sirva además de precedente, todo apunta en esa funesta dirección, ese mismo buen Dios hace oídos sordos y, claro, esa conciencia, como bien le matiza el nazi, no puede ser el sustrato de una sociedad medianamente seria, a partir de ella no se puede organizar nada, sería el caos, la anarquía, la ley de la selva si atendiéramos/escucháramos la conciencia de todos, si cada uno hiciera o hiciese su santa de acuerdo a ella, lo que cree cada uno que Dios de él desea o le ordena según sus entendederas, las de cada hijo de vecino, el estado a expensas de la religión unipersonal, teocracia individual o cómo pasamos del horror burocrático legal a la locura revelada individual.
La película es pobre y floja, los personajes son muy superficiales, delineados con simpleza, y el conflicto es obvio y plano tal como está desarrollado/resuelto y no se sabe muy bien por qué demonios esos tres concretamente son encausados/enjuiciados y no el resto en este desgraciado caso, queda confuso a ese respecto, todo es leve y deslavazado, no hay una mirada panorámica ni tampoco otra atenta a los detalles, ni reflexión ni análisis apenas, un esbozo, es una visión suave y a trompicones, abrupta dulzura, de una realidad estrepitosa, y una representación de los hechos muy roma y alicaída, en resumen, una película amable y llevadera, poca cosa más, que solo puede agarrarse a la coartada de las buenas intenciones moralizantes, a la santa denuncia sancionada con todos los parabienes por todos los cambiantes poderes que en verdad son siempre el mismo o muy parecido, a la seguridad de que la inmensa mayoría del público que la ve/disfruta es casi tan bueno o noble como los personajes principales que allí se suceden y con los que inevitablemente se identifica al compartir parecidos ideales y valores, al rechazar de igual modo el mal cuando lo tiene en frente ya que es casi tan cariñoso y solidario como la comunista caída del mismo cielo, la que apuntaba a confidente, sierpe traicionera de la que no había que fiarse ni medio pelo, y que es seguramente, o así lo espero yo, más buena que todas las cosas, bravo, claro.