Como todo hijo de vecino Stanton no pudo acudir a la lectura, o mejor dicho visionado, de su testamento. Porque de eso va esta película, del testamento artístico de este actor "secundario" impagable que a sabiendas de ello acepta el regalo y el homenaje que le hacen sus amigos. Probablemente uno tiene la sensación de que lo hace más por ellos que por él, por dejarles una sonrisa final antes de la nada, un amago de inmortalidad, de desafió a la muerte, de rebeldía por estirar la existencia en el celuloide o el medio que fuere un tiempo más que también acabará, como todo, por extinguirse.
Harry es Lucky y Lucky es Harry en una simbiosis entre realidad y ficción de limites difusos. Harry ha sido Lucky (afortunado). Comenzó tarde, a los 31 años una carrera que se haría larga e imparable a las ordenes de los mejores directores.  Su Travis de la inolvidable "Paris, Texas" de Win Winders lo puso en lo más alto en una pila de personajes en los que siempre estuvo genial. El gran David Lynch no ha querido faltar a la cita con el amigo y actor con el que trabajo en un buen puñado de sus películas.

Lucky vive ya indolente, estoico, con lo puesto, luchando contra su miedo a la nada día a día, con sus rutinas que le confirman que esta vivo. Tiene amigos, lo mejor que le puede ocurrir. Pasea, toca su armónica, ve sus concursos y dice lo que piensa donde y cuando le da la gana, una de las pocas ventajas de hacerse viejo.

Otro amigo, John Carrol Lynch, también notable secundario o actor de carácter que suena mejor, se pone por primera vez a los mandos de la dirección y toma su alternativa demostrando que está dotado para ello y que sin dejar de poner la cinta al servicio de Stanton deja su impronta ganándose segundas oportunidades. El resto del equipo hace lo propio. Enhorabuena a todos.

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