En el pecado lleva la penitencia Rogelio Cerón un falangista convencido de que hay que aupar a lo más alto a una  España sobre una pila de cadáveres de enemigos de una patria, grande y libre aunque no entienda muy bien porqué esa patria es "una unidad de destino en lo universal" termino acuñado por el fundador de falange Jose Antonio Primo de Rivera. Rogelio, como cualquier hijo de vecino de vencedores sean estos de uno u otro color se aplica con su cuadrilla al horror sistemático de barrer de este mundo a los machos enemigos que aún sobrevivieron y su descendencia ocultándolos debajo de la alfombra de las cunetas preferiblemente, condenando a la ignominia a sus hembras y reeducando bajo palio a sus cachorros. La mirada acusadora de uno de esos cachorros condenará de por vida a Rogelio a ser el guardián de la memoria simbolizada en una higuera que alimenta sus raíces con la sangre de sus víctimas.

Todo ello lo cuenta Ramiro Pinilla (1923-2014) en su novela "La higuera" (2006), autor vasco que nos habla de las historias de su tierra, de la posguerra que vivió en su adolescencia, en este caso ubicada en Getxo y que no por menos laureado ha permanecido en una discreta sombra de los grandes nombres de la literatura nacional.
Ana Murugarren, curtida montadora nos cuenta con buen hacer profesional esta fábula esperpéntica donde Buñuel, Fellini y Azcona, según sus palabras, han estado en su mente a la hora de confeccionarla. Palabras mayores. No llega a mi juicio la directora vasca a rozar a lo genios, sin que ello sea óbice para valorar sus dotes en la dirección y el montaje así como la labor de sus actores y equipo técnico, con una fotografía notable de Josu Inchaustegui. A Murugarren hay que tenerla en cuenta. Esta oportuna reflexión sobre la tan actual memoria histórica lo merece.

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