En su tercer largo y después de ganar el Cesar como mejor director por el segundo: No se lo digas a nadie. Canet revisita Reencuentro (Kasdan,1983) y Los amigos de Peter (Branagh, 1992), para que comprobemos lo poco que han evolucionado los treintañeros burgueses acomodados después de varias décadas, donde la sincera amistad, pasa siempre por el tamiz personal del propio egoísmo y donde la obligación de ser feliz acorde a los estándares sociales propicia un mundo de "pequeñas mentiras" y apariencias que edulcora y falsea esa misma amistad. Uno tiene la sensación que Canet está tan contento de como le va saliendo el resultado y tiene tantas cosas que contar (parece que hay vivencias autobiográficas), que se deja ir en un exceso no solo de metraje, sino de sensiblería y abuso de recursos muy efectivos (la selección musical) que acaban siendo efectistas. El clímax de la escena final hubiera sido inolvidable sino estuviéramos ya un poco empalagados. No obstante son tantos los aciertos: el excelente reparto, la narrativa de algunas escenas tanto dramáticas como cómicas, la sensación de haberse ido de vacaciones con esta pandilla de frustrados... que al final acabamos encariñandonos con lo que podía haber sido una obra maestra.
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