El "truco", brillante por otra parte, de este "Akelarre" (ya hubo otro en 1984 bajo la dirección de Pedro Olea) es que Pablo Agüero ha puesto en sus cámara un filtro de modernidad técnica narrativa para unificar un pasado con el presente en un alegato feminista que se sirve de una iconografía del siglo XVII para hablar de las mujeres y hombres del siglo XXI.

Así pues el rigor histórico en ciertas actitudes y sobre todo en el tono actoral de estas adolescentes no es ninguna prioridad. La metáfora se impone por encima de la realidad histórica, no de los hechos en sí, sino de los comportamientos con que se reflejan dichos hechos. Asentada esta máxima las interpretaciones del elenco femenino son notables y consagran a Amaia Aberasturi (¿no se da un aire a Irene Escolar?). Alex Brendemühl una vez más demuestra que hay que contar con él más a menudo.

Tanto la producción como la fotografía, vestuario, música y sobre todo el montaje de la impagable Teresa Font rayan a gran altura. Un acierto la incorporación del euskera.

Los deseos, sean cuales fueren, de los hombres se proyectan y condicionan la vida de las mujeres. La mayoría se ve abocada a "seguirles la corriente" en espera de tiempos mejores y cada vez más otras deciden saltar al vacío siempre peligroso, siempre esperanzador de la rebelión.

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