Como esos jugadores de futbol que se han dado una panzada a correr durante casi todo el partido y en los últimos quince minutos permanecen en el campo agotados, más de forma testimonial que efectiva. Como ese gran chef que al día siguiente se hace un apaño con las sobras de lo que el día anterior fue una obra de arte.

El maestro se toma un respiro para coger fuerzas en esta historia en la bellísima Donostia donde sigue hablándonos de lo suyo, de sus obsesiones existenciales que son las de todos y de su amor por un cine europeo. Pero lo hace sin sal y pimienta y sus ensoñaciones con Buñuel, Bergman, Fellini..., salvo por algunos segundos se quedan en meros guiños cinéfilos sin mucha chicha donde incar el diente.

El cumplidor elenco tampoco tiene mucho donde agarrarse y el triangulo o cuadrado pasional cribado por la brecha generacional no acaba de importarnos demasiado. En esta ocasión el alter ego de Woody lo interpreta un voluntarioso Wallace Shawn y uno no puede de estar todo el metraje sustituyendo su imagen por la de Allen y ni aún así.

Confiando en que al maestro le haya servido para coger fuerzas para regalarnos otras de sus perlas antes de que "el tipo del ajedrez" le reclame su última partida.

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