"Yo soy el Cinema Novo" afirmaba el director Glauber Rocha (1938-81) refiriendose a la puesta en marcha en los años 60 del pasado siglo en Brasil de configurar una cinematografía nacional. "Una cámara en la mano y una idea en la cabeza" era el lema de este cine nuevo que venía a poner en imágenes la miseria denunciada como problema social por la literatura brasileña treinta años antes y que ahora este cine trataba como un problema político.

Trece películas y algunos documentales en 22 años conforman la filmografía de este director que murió con 43 años. Es mi primer contacto con su obra, poderosa, especial, donde las influencias reconocidas de otras cinematografías (Ford, Einsenstein, Kurosawa) son pasadas por el cedazo latinoamericano con resultados cuando menos sorprendentes aunque difíciles para el espectador. Forma parte de una trilogía.

Una vez más es la zona paupérrima y semidesértica del sertáo al noroeste del país la que conforma el marco sobrecogedor donde el blanco y negro realza el contraste entre la tierra calcinada y los hombres que la habitan. Las revoluciones espirituales y las armadas de los cangaceiros vienen a ser vias muertas cercenadas por las contradiciones de los hombres que las lideran y la represión de los poderes fácticos con el personaje de Antonio das Mortes como brazo ejecutor La solución deviene en utopía hacia la que corren Manoel y su esposa. No les queda otra.

Rocha juega con todas las posibilidades que le da su imaginación con su cámara. Estilos, ritmos y géneros se solapan. La narración aunque lineal puede ser caótica y a las actuaciones les sucede lo mismo. El resultado por más que me parece sugerente acaba por resultarme cansino y dentro del Cinema Novo prefiero las estupendas"Vidas secas" (1963 / Nelson Pereira Dos Santos) o "El pagador de promesas" (1962 / Anselmo Duarte) menos experimentales en su concepción pero con los mismos propósitos.

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