El equilibrio no es que sea frágil, es que ya hace tiempo que ser rompió del todo. Y o no nos damos cuenta o como ocurre con la mortalidad pensamos que nunca nos va a tocar a nosotros, no queremos pensar en ello o miramos para otro lado. Claro que siempre está ese desalmado que lo tiene muy claro y a vivir a costa de lo que sea que son dos días. La cuestión es que el ser humano como sociedad es un cáncer que no puede parar de devorarlo todo hasta que lógicamente acabe con el cuerpo (la Tierra) en el que habita y ponga paradojicamente fin a sus propia existencia. Podemos y debemos seguir poniendo parches de humanidad todos los días pero la metástasis ya no tiene vuelta atrás.

Sin ser tan pesimistas como un servidor Guillermo García no cierra del todo las puertas a ese ungüento de fierabras que es la esperanza en el ser humano individual a través de las lúcidas reflexiones del ex presidente uruguayo José Mújica (“el presidente más pobre del mundo) que añade a su sabiduría el plus de la edad, del que ha vivido mucho y sabe de lo que habla por experiencia. Edad y experiencia, valores que hoy día cotizan a la baja y forman más parte del problema, para aquellos que acumulan el poder, que de la imposible solución que no les interesa.

Acierta García en su cata de tres estratos o estados del problema: quien nada tiene (los emigrantes africanos), quien tuvo y lo perdió porque se lo arrebataron (las clases medias) y los que aún gozan de ·privilegios” a cambio de esclavizar sus vidas por prebendas materiales, sucedáneos de la auténtica felicidad (si es que existe).

Lo cuenta su director con desenvoltura fílmica dentro de los cánones de la ficción documental apoyado por una notable fotografía y una buena utilización de la bso. Se llevó el Goya en la pasada edición, aunque su mejor premio sería una buena distribución, sobre todo en institutos. Aunque sea tarde sigue siendo necesario.

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