Gianni pasa de puntillas, no quiere molestar, por las calles de una Roma irreconocible, con aires de pueblo, llena de rincones entrañables y vecinos que sacan su silla a la vía publica para charlar y tomar el fresco en las tardes de verano.

Gianni director y guionista se sueña a si mismo en la madurez, esclavo voluntario de sus mujeres allegadas, viendo como llega el otoño de la existencia y van quedando injustamente arrinconados aquellos que ya saben lo que dura una vida. A Gianni aún le sobra mucho amor, tanto como el que necesita, para no perder el último tren de la eterna juventud que prometen los fellinianos pechos de esas mujeres que desea, entre los que acurrucarse y bucear en busca del elixir de la pasión, de la vida.

Gianni nos regala escenas que calan hasta los huesos con una sencillez y un humor desconocido últimamente en las pantallas. Después del verano ha llegado el otoño, ojalá que Gianni supere el duro invierno y disfrutemos de un vino blanco en su compañía en una nueva primavera.