Afirma la directora danesa que ha pretendido explorar: "cómo de lejos estamos dispuestos a llegar una vez que tomamos decisiones para protegernos y mantener el estatus quo en nuestra existencia.". Creo que se queda corta, aunque tampoco tengo muy claro cuál es ese plus que me mantiene inquieto durante toda la película (la estupenda bso de Jon Ekstrand tiene mucha culpa). Demora su tiempo el deseo mutuo culpable que aúna la brecha generacional. Lo entiendo y lo comprendo. Lo que está por descubrir y lo que ya se temía perdido es una fuerza poderosa que no entiende de reglas sociales. Pero una vez traspasado el límite el rumbo psicológico de sus protagonistas es desigual y tengo la sensación de que las guionistas, una de ellas la propia directora, abandonan el trazo del joven, emborronando un esbozo de personaje que no se justifica, al menos para un servidor, con sus problemas afectivos y al que abocan a un final necesario para poder centrarse en la mujer, brillantemente interpretada sin desmayo por Trine Dyrholm. 

En una sociedad tan evolucionada y abierta como la danesa y teniendo en cuenta la edad del hijastro choca la resolución del conflicto. A parte de esto la película tiene otras sutiles derivadas: el poder en la familia, la pérdida de los afectos, el estatus social, la responsabilidad ..., etc y algunas contradicciones internas más difíciles de cuantificar y que van directas a nuestro subconsciente.

Fiel a la proverbial gelidez narrativa nórdica, May el-Touky mantiene el tono aportando elegancia y notable puesta en escena. La reina roja o de corazones reina en su país de  las maravillas y la única forma que tiene de que nadie rompa su estatus es ordenar que les corten la cabeza. Aunque la mayoría de las ejecuciones nunca son llevadas a cabo el miedo que provocan puede tener desastrosas consecuencias.

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