Inspirada en una novela de Sade (esta adaptación, seguro habría sido de su agrado), Pasolini nos traslada a 1944 y nos muestra una república ficticia en el norte de Italia, dominada por fascistas, que son presentados como seres abominables y corrompidos por el Poder Absoluto. En un castillo, un grupo de jóvenes (nueve muchachas y nueve muchachos), todos bellos y perfectos, son seleccionados como servidumbre sexual para el presidente de Salò, el obispo, un juez y un hombre de negocios. Encerrados en un castillo donde se anuncia que Dios está Muerto (alegoría a Nietzsche) y excitados por las narraciones de dos prostitutas de edad madura, los muchachos serán sometidos a todo tipo de perversiones, en una búsqueda insana del máximo placer y de la máxima degradación. Pasando de las desfloraciones anales, al banquete de mierda, la cinta alcanza su clímax enfermizo en el círculo de sangre, cuando te sobrecoge la sensación de que no hay salvación posible para todos esos infelices que son sometidos a toda clase de mutilaciones. Tal muestrario de horror explícito costó que el filme (hasta ahora) esté prohibido en varios países y que la vida castigue ese instinto provocador del propio Pasolini de la misma forma, fue golpeado hasta quedar moribundo y luego fue arrollado por su propio vehículo en un balneario cerca de Roma.