Thriller detectivesco serio, de gran carga metafísica, pesimista y que coquetea tímidamente con el horror cósmico. La historia sigue a dos detectives en dos momentos temporales diferentes, una actual en la que están siendo interrogados sobre un caso suyo de hace años, y otra en la que asistimos a los acontecimientos del caso en sí. La estructura narrativa, la complejidad del argumento, la personalidad de los investigadores y el macabro misterio repleto de ramificaciones enganchan irremediablemente, mientras la serie se eleva por encima de otras obras de corte similar.

La decadencia se respira en el ambiente. Los detectives de homicidios conducen por caminos rodeados de tierra marchita, ruinas, gente olvidada, lugares que parecen sacados de un difuminado recuerdo de alguien, mientras se desvanece. Es como si un horror incognoscible hubiese infectado cada partícula del aire, una maligna fuerza abstracta a la cual casi puedes tocar, pero se escapa entre los dedos.

La naturaleza también asemeja querer tomar lo que le fue quitado, engullirlo entre hojas y tallos. Los crímenes son de corte ritualista, pagano. Ramas, cuernos, signos y pinturas aparecen una y otra vez, malditos, en adoración a extrañas deidades intangibles, a las que se rinde culto con sacrificios humanos ritualistas.

Todo es una espiral de locura, violencia y degradación, condenada a repetirse en bucle para siempre.

Matthew McConaughey y Woody Harrelson llevan a cabo la mejor interpretación de sus carreras. La serie tiene un ritmo pausado y puede resultar un poco densa cuando se adentra en temas filosóficos sobre la humanidad, sugiere horrores lovecraftianos o incluso en el seguimiento del caso terrenal. Sin embargo sale bastante airosa a la hora de plasmar sus ideas, teniendo en cuenta la dificultad de las mismas. El final es concreto, satisfactorio.

En ningún momento deja caer el interés, siendo ocho episodios de una gran calidad en todos los aspectos, con misterio, suspense, profundidad y un aura inquietante que se queda contigo tras el visionado. Una joya de la pequeña pantalla.

Es, por cierto, una serie de cajetilla. Los personajes fuman que parece que van a absorber el mismísimo universo. Aunque está mal decirlo, la experiencia completa es visionarla con un cigarrillo entre los dedos.