George Lucas cede la dirección a Irvin Kershner, que cambia visiblemente el tono de la primera entrega, siendo esta continuación más sombría y dramática.

Se pueden diferenciar, a grandes rasgos, tres partes con sus respectivos escenarios. El inicio en el planeta helado, que transmite sensaciones de aislamiento, peligro y frío. Somos testigos del aplastante poder del imperio en una batalla de efectos especiales artesanales y gran agilidad narrativa. Darth Vader toma una importancia mucho mayor, un personaje de temible presencia.
Luego está el planeta de Yoda, tenebroso, fangoso... sentimos por primera vez esa presencia maligna del lado oscuro, como una sombra que se cierne sobre Luke, quien deberá superarlo o sucumbir ante él. Un lugar donde Luke recibe las sabias enseñanzas del maestro Yoda, personaje icónico, pese a ser encarnado por una marioneta. Los retoques que sufre mediante efectos especiales en sucesivas revisiones del señor Lucas, eran innecesarias.
Y por último, la ciudad de las nubes. De aspecto impoluto y paredes blancas que, sin embargo, se desvela como el más peligroso de todos, pues solo esconde oscuridad. El escenario propio de una distopía. Llegará aquí el intenso e inevitable duelo entre Vader y Luke, que alcanza el clímax con la inmortal revelación de Darth Vader, en una escena (y frase) que quedaría grabada en las memorias del cine.

Una historia más madura, aunque no falta de puntos de humor que rebajan la tensión.
Secuela a la altura de su predecesora, a la que supera por momentos.