Todo el mundo parece haberse empeñado en hacer de The last stand un Western: su director, el director artístico y todos aquellos que la consideran una gran película. Aún asumiendo que me gusta el cine de acción y que Chuache me cae simpático, no puedo conceder ninguna de las dos premisas. Aunque Kim Ji-woon tire de algún recurso visual de Leone y haya mucho pseudoguiño cariñoso, esta película es mucho más deudora del último cine de acción de las últimas dos décadas, con todas sus virtudes y sobre todo defectos. El gran problema, una vez más, es que todo se basa en unas pocas set pieces para que se luzca nuestro austríaco favorito, y el resto importa muy poco, de modo que el guión es calamitoso, falta fluidez narrativa, los personajes son de risa y al final todo queda en un espectáculo muy descafeinado. Chuache, a pesar de su edad provecta, compensa con creces su declive físico con su carisma, de modo que uno se va contento a casa con su par de frases lapidarias y sus labores aniquilativas. De Noriega en cambio, solo puede hablarse pestes; aunque su papel está muy mal escrito y le acaba reduciendo a un malote patético, él colabora poco pues es un actor pésimo que para colma se dobla a sí mismo, a lo Banderas. En fín, película que prometía mucho más.