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Voto de Juan Marey:
8
Ciencia ficción. Aventuras. Drama Adaptación de una novela del conde Alexei Tolstoi, pariente lejano de León Tolstoi. Aelita, la reina de Marte, harta de vivir sometida a su despótico padre, lanza una llamada de socorro a la Tierra. Tras descifrar el mensaje, el ingeniero de la Estación de Radio de Moscú, al que se une el revolucionario Gusev, emprende un viaje a Marte en la nave que ha construido. Los dos ayudan a Aelita a derrocar al tirano, pero, a continuación, ... [+]
20 de diciembre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adaptación de una novela del conde Alekséi Konstantinovich Tolstoi (autor de la famosa novela de vampiros “Los Wurdalak”, que Mario Bava y Boris Karloff recrearon en la interesante “Las tres caras del miedo”, y pariente lejano de León Tolstoi), una cinta que consiguió un desbordante éxito en la Unión Soviética en 1924, año de su estreno, según cuentan algunos historiadores del cine soviético, fue todo un acontecimiento precedido por una gran campaña publicitaria que tiene poco que envidiar a las actuales. Su director, Yakov Protazonov, había recorrido Europa en su juventud y tras una etapa como cineasta en la Rusia prerrevolucionaria, llegó a trabajar para la UFA en Alemania, en los años 20 volvió a Moscú y “Aelita” sería su primera y ambiciosa película tras el regreso. No se repararon en gastos para adaptar la novela, se acudió a prestigiosos decoradores, encargados de vestuario, operadores de cámara, etc, etc, etc, el objetivo era crear una cinta espectacular, especialmente a la hora de recrear la ciudad y los edificios de Marte, porque esta película va de eso, un viaje (más o menos) a Marte.

Especialmente destacable es el espléndido diseño Art Déco de escenarios y vestuario utilizado para las escenas que transcurren en Marte: trajes y sombreros de complicadas e imposibles formas, puertas que se abren como diafragmas fotográficos, escaleras que siguen trayectorias extravagantes… El aspecto visual del film, a cargo Sergei Kozlovski, Alexandra Exter, Isaac Rabinovich y Viktor Simov, es uno de los principales motivos por los que la película sigue siendo recordada hoy en día, ofreciéndonos un conjunto ciertamente extraño, onírico y futurista que se anticipaba en algunos años al “Metrópolis” de Fritz Lang.

En último término, “Aelita” estableció el tono para futuros films soviéticos de género, utilizando la ciencia-ficción como metáfora para transmitir temas de mayor profundidad psicológica y política, y aunque a los resecos críticos soviéticos no les gustó la película (creían que imitaba en sus formas al decadente cine producido en Hollywood), está claro que al público de la época le encantó a juzgar por la cantidad de niñas de entonces que recibieron el nombre de Aelita. Con el tiempo, y pese a toda su carga política en favor del régimen comunista, la película no conseguiría sobrevivir a la tiranía y sequía intelectual de su propio país, era el signo de los tiempos, que afectó a todos los implicados, tras décadas de letargo en el limbo del celuloide, la obra fue recuperada para la historia del cine no sólo como la primera superproducción de la ciencia-ficción y la primera cinta soviética del género, sino como pionera en el melodrama espacial cinematográfico.

Pero “Aelita” es también Yuliya Solntseva y la sensualidad con la que dotó al personaje que significó su debut ante las cámaras. Tras un par de papeles más, la joven actriz protagonizó “La tierra” (1930) de Alexandr Dovjenko, quién se había consagrado como director un año antes con “El arsenal”, la intérprete contraería matrimonio con el maestro soviético convirtiéndose al mismo tiempo en su más estrecha colaboradora cinematográfica, incluso tras el fallecimiento del director en 1956, Solntseva llevaría a la pantalla varios guiones que dejó escritos su cónyuge caso de “Crónica de los años del fuego” (1961), por la que recibiría el Premio a la dirección en el Festival de Cannes, “El Desna encantado” (1965) o “Ucrania en llamas” (1967), actividad que compaginaría con su dedicación a mantener la memoria de su marido como historiadora, restauradora o articulista hasta que, casi nonagenaria, su ojos se cerraron en 1989.

La odisea del ingeniero Losi supuso un nuevo éxito para Protazanov a partir de su estreno en septiembre de 1924, y aunque después firmó otra veintena de títulos más, algunos de notable relevancia como “El sastre de Torjok” (1925) o “El cuarenta y uno” (1927), el cineasta no pudo imaginar cuando falleció en 1945 que sería precisamente su película más insólita, “Aelita”, la que le abrió las puertas de la inmortalidad cinematográfica.
Juan Marey
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