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Voto de Juan Marey:
8
Western Un vaquero, acusado erróneamente de asesinato, se ve obligado a huir de la despiadada persecución del padre de la víctima. (FILMAFFINITY)
5 de febrero de 2024
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Henry Hathaway siempre ha sido un honesto artesano, un excelente director con un buen puñado de obras maestras y que alternó lo mediocre con lo más que interesante. Con “Del infierno a Texas” volvió a hacer una incursión en el género norteamericano por excelencia, el del Oeste, lo rodó entre dos trabajos no tan relevantes, como solía ser norma en su filmografía, pero en todo caso interesantísimos, un buen exponente de aventuras en el desierto saharaui titulado “Arenas de muerte” y el intenso melodrama protagonizado por Susan Hayward “La mujer obsesionada”. Entre ambos, encajonado, sorprendió con esta pequeña obra maestra a reivindicar con carácter de urgencia, no me extrañaría que el Eastwood de sus años mozos la descubriera, se sintiera fascinado y hasta lo tuviera presente cuando abordó el rodaje de ese monumento capital del género que responde al nombre de “Sin perdón”, dos magistrales estudios contra la violencia sin renunciar a la épica.

Hathaway nos cuenta la historia de un falso culpable, un bondadoso y religioso vaquero que es acusado de un crimen que no cometió, siendo perseguido después por el padre de la víctima, una especie de reverso de “Valor de ley” (1969), en donde Hathaway se fija en el perseguido, mientras que en la que protagoniza John Wayne lo hacía en los perseguidores. El brillante director vuelve a dar una exhibición de cómo se rueda en exteriores, del uso del color, utilizando un reluciente Cinemascope, y del plano general. El tratamiento que Hathaway solía hacer del espacio y la utilización de unos impresionantes paisajes naturales, vuelve a tener aquí gran importancia, además la excelente utilización del cinemascope y la inteligente construcción del protagonista y de su implacable perseguidor, un terrateniente con curiosos principios (R. G. Armstrong, característico habitual en el cine de Sam Peckinpah), acaban resultando aspectos fundamentales para su impoluto acabado. Y sin dejar de tener en todo momento un perfecto tratamiento psicológico, rebosa en generosas y vigorosas secuencias de acción, desde estampidas de caballos hasta cromáticas secuencias nocturnas de tiroteos.

Un estupendo western del director, uno de sus géneros predilectos, un western de interesantes tintes religiosos perfectamente integrados sin necesidad de subterfugios ni simbolismos, rodado magistralmente con ese portentoso dominio del plano general que Hathaway tenía.
Juan Marey
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