Conocido como “Mar de Árboles”, el bosque de Aokigahara tiene una asociación histórica con demonios de la mitología japonesa que indican que el bosque está maldito. De hecho es un lugar popular para suicidarse (desde la década de 1950 se han hallado alrededor de 500 cadáveres). Por eso me resulta más increíble todavía que, teniendo este punto de partida tan interesante, haya salido una película tan insulsa y vacía.

Con la belleza de Natalie Dormer (sus dotes interpretativas ya las evaluaremos en otro momento), la reciente estrella salida de ‘Juego de Tronos’, como principal reclamo, la película es un ir y venir de escenas de nula creatividad, con un argumento fallido (¿en serio vamos a recurrir otra vez a la desaparición de una hermana gemela?) y personajes secundarios fatalmente perfilados.

Por si fuese poco, los pocos instantes de terror que tiene se ven venir desde kilómetros de distancia. ¿No hemos aprendido ya que los sustos no se deben solo al aumento de decibelios?

Una película aburrida en la que los fantasmas deambulan por la pantalla tan desconcertados como el espectador. Desaprovecha de forma desastrosa un punto de partida atractivo y una protagonista sumamente hermosa.

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