Siguiendo con ese repaso que solemos realizar a las películas que han sido más laureadas en los pasados premios Goya, le llega el turno a ‘Techo y comida’, la cinta por la que una esforzadísima Natalia de Molina se alzó con el gran premio.

Y lo cierto es que su trabajo es muy superior al resultado global de la película, que refleja una durísima realidad de muchas familias españolas. Natalia de Molina está bárbara y entregada. Las victorias son más grandes cuando tienes rivales a la altura, como ha sido su caso. Pero también es cierto que la película, más allá de ella, roza el telefilm.

En un país donde la corrupción está a la orden del día y cada mañana nos levantamos con un nuevo caso que salpica a uno de los grandes partidos políticos, es la sociedad la que acaba sufriendo las consecuencias de la pésima gestión de sus dirigentes, más preocupados por su bolsillo que por el ciudadano de a pie.

Por eso ‘Techo y comida’ es una película necesaria, pero también es una película un tanto fallida. Alguien tenía que reflejar la situación actual y si bien el contexto es el correcto, la forma de llevar la película no lo es tanto. No hay que olvidar que el cine, en cierto modo, es evasión de la realidad, y hay momentos en los que da la sensación de que el director, Juan Miguel del Castillo, quiere cebarse (con tanta desgracia) con la familia protagonista. Momentos en los que parece buscar la lágrima fácil y tender hacia la manipulación del espectador.

Desde mi punto de vista ‘Techo y comida’ puede ser, en muchas formas, una película para recomendar, pero también es cierto que la ejecución final dista del objetivo inicial.

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