Presentada como la película inaugural de la 68ª edición de la Semana Internacional de cine de Valladolid, ‘La contadora de películas’ nos traslada al árido desierto de Atacama, en Chile, en los años 60. Allí, una familia intenta sobrevivir con el trabajo del padre mientras los domingos disfrutan del estreno en el cine local. Pronto, una desgracia, se cierne sobre la familia y será la hija la que tenga que sacar, con mucho ingenio, adelante la familia.

“Alguien dijo que estamos hechos del mismo material que los sueños. Yo creo que estamos hechos del mismo material que las películas“.

Lone Scherfig elabora un retrato dramático familiar eficaz, que funciona y muy bien durante más de una hora de película. La eficacia de sus dos actores más conocidos y que entienden muy bien el rol que aquí se les asigna de secundarios, Bejo y de la Torre, funciona con el buen hacer de los hijos en sus distintas edades. Cabe destacar también también una maravillosa secuencia para pasar de la niñez a la adolescencia mediante una comida familiar y un despliegue de medios con algún que otro plano arriesgado mediante efectos digitales.

Ojo, pero nada me saca de la película, hasta sus veinte minutos finales, donde, más o menos, la película debe decantar la balanza y definir qué tipo de film es. Aquí, es donde Scherfig pierde el rumbo. Obviamente, Pinochet iba a hacer acto de aparición, lógicamente solo por historia, pero hay una serie de subtramas que se van cerrando de forma un tanto abrupta sin dar mucho sentido a algunas fases del film. Por ejemplo: todo lo que involucra a Brühl pues no termina de convencerme.

En resumidas cuentas, ‘La contadora de películas’ es un entretenido film que funciona como ejercicio de supervivencia mediante el amor al cine, con un halo nostálgico y un tanto triste. Es una lástima que su final no esté a la altura de lo que habíamos visto hasta el momento.

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