Me cuesta mucho congeniar con los biopics puesto que, casi siempre, los veo como un simple vehículo de lucimiento para el actor/actriz de turno que busca una nominación/galardón casi asegurado. Pero como suele gustarme ver las películas nominadas a los Oscar, decidí adentrarme en el mundo de ‘Yo, Tonya’, del deporte visto como un gran espectáculo aunque no sea mayoritario (o que no atraiga a las grandes masas) como el fútbol o el baloncesto.

Narrada casi a modo de falso documental, con voz en off incluída (lo que a ratos la hace pelín aburrida) y con ciertos toques de humor negro, la cinta arranca con Margot Robbie hablando directamente a la cámara en una entrevista. La rubia se luce de lo lindo dando vida a la famosa patinadora estadounidense Tonya Harding, dotada de un don singular para el patinaje sobre hielo y que tendrá que lidiar con su madre, su marido y la gran masa social que pasa de adorarla a odiarla. Y es que del amor al odio no hay más que un paso.

A pesar del lucimiento de su protagonista, diría que Allison Janey se luce aún más como la dura y seca madre puesto que su papel es aún más interesante si analizamos que gran parte de la actitud de Tonya viene condicionada por la actitud de su progenitora.

Sin duda, gracias a la interpretación de ambas ‘Yo, Tonya’ se eleva un poco por encima de la media de películas mundanas porque, en cuanto a labores de dirección, no veo muchas florituras que resaltar del responsable Craig Gillespie. Todo correcto, sin más, al igual que el montaje o la banda sonora.

Es decir, ‘Yo, Tonya’ es una cinta que se refuerza de las buenas interpretaciones principales de sus dos protagonistas y de una historia que no deja de ser interesante (y, qué demonios, para aquellos que no la conocíamos pica la curiosidad a mitad de metraje) pero que, me temo, no pasará a la historia.

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