La película se pierde en su propia grandilocuencia. Los diálogos de un supuesto alto nivel filosófico, con frases categóricas que harían las delicias de los lectores de Bucay o Coelho, rechinan en boca de narcos desalmados. En las novelas que he leído de Cormac MacCarthy, Meridiano de Sangre y La carretera (con la Trilogía de la frontera ya no pude), pasa lo contrario, los personajes son gente de pocas palabras, resalta más lo que se intuye que lo que se dice.

En El consejero, pese a la cháchara, abundan las elipsis y los sobreentendidos. Y yo me pierdo, y no ato cabos, y me digo que si fuera un poco más listo quizás estaría disfrutando de una gran película, y me irrito.

Pero me gusta el ambiente, y me gustan Fassbender y Cameron Díaz y Javier Bardem, y los mejicanos, y algunos detalles, y disfruto en esas zonas marginales, incapaz de encontrarle el alma a la película.