La directora descubre el perdón a sí misma —el más difícil— y lo hace en un tono simpático, juguetón, apostando con éxito por la mezcla de imágenes reales y de animación, y consiguiendo un ritmo impecable. Pero ese tono de simpatía no le resta ni un ápice de profundidad. Dado que siempre me ha dado qué pensar el tema de las relaciones a distancia, especialmente cuando a la distancia en kilómetros se suma la distancia de experiencias absorbentes por alguna de las partes —creo que esto último es decisivo—, me interesó ver el documental. Hubiera sido muy difícil hacer una disección tan elaborada pero al mismo tiempo tan natural y refrescante, sin haber vivido en propia piel la historia, y sin la necesidad vital de contarla. La directora hace algo también muy difícil a mi entender, y que representa una cierta paradoja: transmitir la idea de que equivocarse no es una equivocación —somos humanos— y paralelamente dar algunas pistas —no lecciones— que puedan ayudar a otros a esquivar la equivocación.
¿Algún defecto de la película? En la zona spoiler.