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Voto de FJ García:
9
2011
Documental, Intervenciones de: Jafar Panahi, Mojtaba Mirtahmasb
6,8
1.013
Documental
Tras recurrir judicialmente una sentencia que lo condenaba a seis años de cárcel y veinte de inhabilitación, el director iraní Jafar Panahi tuvo que esperar meses hasta que se hizo pública la sentencia. Documental que reproduce un día en la vida de Panahi y Mojtaba Mirtahmasb (su antiguo ayudante de dirección) y ofrece una visión general de la situación actual del cine iraní. (FILMAFFINITY)
14 de abril de 2012
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una película que se titula “Esto no es una película”. Ya de primeras llama la atención y dan ganas de saber más, ¿eh?. Aunque es importante no confundirla con “Esto no es otra estúpida película americana”, la cual resultó ser otra estúpida película americana que no merecía la pena. Muy al contrario que la no-película que nos atañe.
Érase un director de cine iraní llamado Jafar Panahi. Empezó a dirigir películas a mediados de los 90, y a ganar premios en Cannes, Venecia y otros sitios inmediatamente. Una década después, de improviso, se dejaron de estrenar películas suyas. No es que se le fueran las ideas, ni que se volviera vago, al contrario, lo que ocurrió es que el Gobierno de su país se fijó en él y en los contenidos que tenían sus trabajos, los cuales consideró “peligrosos”, y empezó a hacer todo lo posible por impedirle dirigir nada más. Después de censurarle varios guiones, y tras varios procesos judiciales, en 2011 nuestro director estaba al borde de una pena de 6 años de prisión, y una prohibición expresa de no volver a dirigir películas durante dos décadas.
Es más, hasta que la vista llegara a algo, no le tenían permitido ni siquiera salir de casa. Pasaban los días y los meses esperando a que la sentencia llegara, y él estaba aburrido, confinado entre las paredes de su hogar, sin tener nada en lo que ocupar su tiempo. Los guiones de las películas que jamás había llegado a realizar empezaban a coger polvo en las estanterías. Y tuvo una idea: le habían prohibido dirigir, le habían prohibido conceder entrevistas, le habían prohibido salir de su casa, pero no le habían prohibido actuar ni leer un guión delante de una cámara. Así que llamó a un amigo suyo, de nombre Mojtaba Mirtahmasb (no os sentáis culpables si no podéis pronunciar bien estos nombres), que casualmente estaba grabando un documental sobre los iraníes que no pueden dirigir cine, y le pidió que se acercara hasta su casa, donde se pondría a relatar delante de la cámara uno de sus guiones no realizados.
Y el resultado de lo que grabaron durante ese día, tuvo bien cuidado de titularlo “Esto NO es una película”, como diciéndole a los señores jueces que en realidad no había incumplido su prohibición.
Después del visionado, se nos aseguró a los asistentes del pase de prensa que este breve filme está más guionizado de lo que parece, que muchas de las cosas que parecieron improvisarse ese día estuvieron en realidad en preparación y rodaje durante al menos un mes. En ese caso se trataría del “falso” documental más verídico que he visto en mi vida (más que nada porque los datos que aporta, como el estado personal de la vida de Panahi en esos momentos, son claramente reales). Es debatible, pero explica la clara estructura narrativa con la que nos encontramos.
Érase un director de cine iraní llamado Jafar Panahi. Empezó a dirigir películas a mediados de los 90, y a ganar premios en Cannes, Venecia y otros sitios inmediatamente. Una década después, de improviso, se dejaron de estrenar películas suyas. No es que se le fueran las ideas, ni que se volviera vago, al contrario, lo que ocurrió es que el Gobierno de su país se fijó en él y en los contenidos que tenían sus trabajos, los cuales consideró “peligrosos”, y empezó a hacer todo lo posible por impedirle dirigir nada más. Después de censurarle varios guiones, y tras varios procesos judiciales, en 2011 nuestro director estaba al borde de una pena de 6 años de prisión, y una prohibición expresa de no volver a dirigir películas durante dos décadas.
Es más, hasta que la vista llegara a algo, no le tenían permitido ni siquiera salir de casa. Pasaban los días y los meses esperando a que la sentencia llegara, y él estaba aburrido, confinado entre las paredes de su hogar, sin tener nada en lo que ocupar su tiempo. Los guiones de las películas que jamás había llegado a realizar empezaban a coger polvo en las estanterías. Y tuvo una idea: le habían prohibido dirigir, le habían prohibido conceder entrevistas, le habían prohibido salir de su casa, pero no le habían prohibido actuar ni leer un guión delante de una cámara. Así que llamó a un amigo suyo, de nombre Mojtaba Mirtahmasb (no os sentáis culpables si no podéis pronunciar bien estos nombres), que casualmente estaba grabando un documental sobre los iraníes que no pueden dirigir cine, y le pidió que se acercara hasta su casa, donde se pondría a relatar delante de la cámara uno de sus guiones no realizados.
Y el resultado de lo que grabaron durante ese día, tuvo bien cuidado de titularlo “Esto NO es una película”, como diciéndole a los señores jueces que en realidad no había incumplido su prohibición.
Después del visionado, se nos aseguró a los asistentes del pase de prensa que este breve filme está más guionizado de lo que parece, que muchas de las cosas que parecieron improvisarse ese día estuvieron en realidad en preparación y rodaje durante al menos un mes. En ese caso se trataría del “falso” documental más verídico que he visto en mi vida (más que nada porque los datos que aporta, como el estado personal de la vida de Panahi en esos momentos, son claramente reales). Es debatible, pero explica la clara estructura narrativa con la que nos encontramos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Panahi está solo en su casa. Simplemente coloca una cámara delante de él y vemos en vivo y en directo el momento en el que, mientras desayuna, llama a su amigo para que venga. También nos presenta a su iguana Igi, y vemos y escuchamos una conversación telefónica que tiene con su abogada, donde nos enteramos con pelos y señales de la situación legal en la que se encuentra. Ella hace énfasis en que dicha situación no tiene nada de legal, es puramente política, y “una vergüenza”.
El segundo acto es el grueso de la historia, donde Panahi presenta la idea a su amigo y marcan las pautas para este experimento. Ya que está prohibido que dirija Panahi, éste tiene que someterse a las indicaciones de su amigo, el cual intenta controlar con relativo éxito la (pacífica) energía de este director frustrado. Él empieza a escenificar escenas de su guión no realizado, y también muestra (a su amigo y a nosotros) fragmentos de sus anteriores películas con cuyas situaciones ficticias se puede identificar ahora, y una escena detrás de las cámaras. No obstante, enseguida se desanima y decide dejar de contar su guión porque “¿De qué sirve hacer una película si sólo basta con contarla?”. Su amigo entonces se limita a seguir documentando el resto de sus tranquilas actividades durante el día, como la visita de una vecina que quiere dejarle el perro, una llamada a su mujer y su hija, y los preocupantes sonidos que se oyen de la situación en la calle.
Al final se hace de noche y su amigo tiene que irse, pero deja la cámara detrás de sí para que Panahi pueda entrevistar a un chico que viene a llevarse la basura, que resulta ser un estudiante de Bellas Artes, a quien acompaña mientras baja el ascensor. La última imagen es la que más nos acerca a la calle, de la que lamentablemente no consigue grabar nada claro.
La broma le ha salido cara, y ahora en 2012 está recluido en una prisión donde le tienen vetado el contacto con ninguna persona, ni con ningún tipo de aparato “peligroso” con el que grabar imágenes, como puede ser un móvil. Tal y como vemos en la película, a través de conversaciones que mantiene Jafar por teléfono mientras la cámara sigue grabando, el Gobierno iraní se toma muy en serio el evitar que salga del País ninguna imagen que pudiera denunciar la situación política y social actual. Dice la nota de prensa que el archivo de vídeo de “Esto no es una película” consiguió llegar al Festival de Cannes en un pendrive escondido en una tarta.
Y tal y como dice dicha nota, esto deja de ser cine para convertirse en un “puro acto de desobediencia civil”, rebeldía personal, y silencioso grito de rabia por la privación de su libertad como persona, y como artista activo. De visionado obligatorio, aunque sólo sea por puro respeto.
El segundo acto es el grueso de la historia, donde Panahi presenta la idea a su amigo y marcan las pautas para este experimento. Ya que está prohibido que dirija Panahi, éste tiene que someterse a las indicaciones de su amigo, el cual intenta controlar con relativo éxito la (pacífica) energía de este director frustrado. Él empieza a escenificar escenas de su guión no realizado, y también muestra (a su amigo y a nosotros) fragmentos de sus anteriores películas con cuyas situaciones ficticias se puede identificar ahora, y una escena detrás de las cámaras. No obstante, enseguida se desanima y decide dejar de contar su guión porque “¿De qué sirve hacer una película si sólo basta con contarla?”. Su amigo entonces se limita a seguir documentando el resto de sus tranquilas actividades durante el día, como la visita de una vecina que quiere dejarle el perro, una llamada a su mujer y su hija, y los preocupantes sonidos que se oyen de la situación en la calle.
Al final se hace de noche y su amigo tiene que irse, pero deja la cámara detrás de sí para que Panahi pueda entrevistar a un chico que viene a llevarse la basura, que resulta ser un estudiante de Bellas Artes, a quien acompaña mientras baja el ascensor. La última imagen es la que más nos acerca a la calle, de la que lamentablemente no consigue grabar nada claro.
La broma le ha salido cara, y ahora en 2012 está recluido en una prisión donde le tienen vetado el contacto con ninguna persona, ni con ningún tipo de aparato “peligroso” con el que grabar imágenes, como puede ser un móvil. Tal y como vemos en la película, a través de conversaciones que mantiene Jafar por teléfono mientras la cámara sigue grabando, el Gobierno iraní se toma muy en serio el evitar que salga del País ninguna imagen que pudiera denunciar la situación política y social actual. Dice la nota de prensa que el archivo de vídeo de “Esto no es una película” consiguió llegar al Festival de Cannes en un pendrive escondido en una tarta.
Y tal y como dice dicha nota, esto deja de ser cine para convertirse en un “puro acto de desobediencia civil”, rebeldía personal, y silencioso grito de rabia por la privación de su libertad como persona, y como artista activo. De visionado obligatorio, aunque sólo sea por puro respeto.