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Voto de Pedro Triguero_Lizana:
8
7,3
4.802
Drama
Frankie Machine, un hombre con talento musical, sale de la cárcel y, además, consigue dejar la heroína. Su principal problema será encontrar un medio de vida honrado y evitar las drogas y el juego. (FILMAFFINITY)
22 de enero de 2023
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En la década de los años 50 se cultivó en el cine de Hollywood -y, de forma paralela, en el cine independiente USA-, al calor de los cambios sociales y culturales de la posguerra, y también posiblemente por influencia del cine europeo, una corriente más o menos realista y crítica que venía a ser la respuesta norteamericana al neorrealismo italiano. Esta corriente, que, por no salir del cine coetáneo, puede apreciarse en filmes como "Marty" (1955), de Delbert Mann, o en "Siempre hace buen tiempo" (It's Always Fair Weather, 1955), de Stanley Donen y Gene Kelly, se ejemplifica de una manera ejemplar en esta película de Otto Preminger, que sorprende por su acusada sordidez y por su manera abierta de afrontar un tema tan delicado como la drogadicción, aunque, eso sí, envuelto siempre en unas esperanzadas buenas intenciones que llevan el espinoso asunto al campo, tan "hollywoodiense", de la superación personal.
En realidad, es equivocado ver "El hombre del brazo de oro" sólo como un film sobre las drogas o las adicciones. Es eso, sí, pero es algo más que eso. La adicción, para Frankie Machine (Frank Sinatra en uno de los papeles más arriesgados de su carrera como actor), es el efecto, no la causa. Machine se pincha porque ésa es una de las pocas vías de escape del infierno en el que vive. Y su mundo es un infierno no sólo por el sórdido submundo en el que habita (pobreza, delincuencia, juego, falta de oportunidades laborales) sino también y sobre todo por la culpa que siente por haber dejado inválida a su mujer en un accidente. La droga le hunde aún más en ese infierno de la culpa. Por eso Machine se desintoxica cuando se marcha de ese barrio, lejos de su mujer, y se vuelve a enganchar cuando vuelve al barrio y a su hogar.
En este sentido, el personaje de Eleanor Parker, muy bien interpretado, es terrorífico, porque es absolutamente tóxico: atormenta a Machine desde una posición de falsa víctima, no quiere que Machine cambie, mejore o evolucione, y es, en fin, una auténtica torturadora. Frente a esta mujer desagradable y manipuladora, que vive interpretando un papel, y que hunde al protagonista y a quien se acerca a ella, la película plantea a otra mujer, encarnada por Kim Novak (por cierto, una actriz mucho peor que Eleanor Parker) que, en cambio, apoya a Machine y es un auténtico ángel guardián del atribulado protagonista, ayudándole, por ejemplo, a pasar el síndrome de abstinencia, es decir, a superarse, porque estamos ante una historia de superación de dificultades. Machine es un personaje perdido en un laberinto, laberinto compuesto por muchos elementos en contra (la esposa, la droga, el entorno social, el juego, la falta de voluntad de Machine) y algunos pocos a favor (la amiga interpretada por Novak, o la ilusión por convertirse en un músico).
En realidad, es equivocado ver "El hombre del brazo de oro" sólo como un film sobre las drogas o las adicciones. Es eso, sí, pero es algo más que eso. La adicción, para Frankie Machine (Frank Sinatra en uno de los papeles más arriesgados de su carrera como actor), es el efecto, no la causa. Machine se pincha porque ésa es una de las pocas vías de escape del infierno en el que vive. Y su mundo es un infierno no sólo por el sórdido submundo en el que habita (pobreza, delincuencia, juego, falta de oportunidades laborales) sino también y sobre todo por la culpa que siente por haber dejado inválida a su mujer en un accidente. La droga le hunde aún más en ese infierno de la culpa. Por eso Machine se desintoxica cuando se marcha de ese barrio, lejos de su mujer, y se vuelve a enganchar cuando vuelve al barrio y a su hogar.
En este sentido, el personaje de Eleanor Parker, muy bien interpretado, es terrorífico, porque es absolutamente tóxico: atormenta a Machine desde una posición de falsa víctima, no quiere que Machine cambie, mejore o evolucione, y es, en fin, una auténtica torturadora. Frente a esta mujer desagradable y manipuladora, que vive interpretando un papel, y que hunde al protagonista y a quien se acerca a ella, la película plantea a otra mujer, encarnada por Kim Novak (por cierto, una actriz mucho peor que Eleanor Parker) que, en cambio, apoya a Machine y es un auténtico ángel guardián del atribulado protagonista, ayudándole, por ejemplo, a pasar el síndrome de abstinencia, es decir, a superarse, porque estamos ante una historia de superación de dificultades. Machine es un personaje perdido en un laberinto, laberinto compuesto por muchos elementos en contra (la esposa, la droga, el entorno social, el juego, la falta de voluntad de Machine) y algunos pocos a favor (la amiga interpretada por Novak, o la ilusión por convertirse en un músico).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Si mueren los personajes más negativos del relato (el traficante, no menos manipulador, interpretado por Darren McGavin, o la falsa inválida encarnada por Parker) no es tanto porque sus muertes sean lógicas o forzosas dentro de la narración, sino porque su maldad debe ser sancionada moralmente de algún modo. Porque el Mal debe perder y el Bien debe ganar. Incluso en el infierno que nos pinta Otto Preminger.
Pese a su potente envoltura de melodrama y cine negro, "El hombre del brazo de oro" es sobre todo una lucha épica de un hombre que lo tiene todo en su contra, para salir de un laberinto infernal que amenaza con destruírle de un momento a otro. Machine se lo merece, se lo ha ganado, y por eso la historia le libera al final. Y también, qué demonios, porque el espectador merece esa esperanza.
Pese a su potente envoltura de melodrama y cine negro, "El hombre del brazo de oro" es sobre todo una lucha épica de un hombre que lo tiene todo en su contra, para salir de un laberinto infernal que amenaza con destruírle de un momento a otro. Machine se lo merece, se lo ha ganado, y por eso la historia le libera al final. Y también, qué demonios, porque el espectador merece esa esperanza.